LA PARTICIPACION COMO PROBLEMA



Manejar la hipótesis de una crisis en lo que tiene que ver con la participación política de los uruguayos, no es algo muy disparatado; cualquier observador atento de la realidad puede afirmar que esto es así, sin necesidad de ser un politólogo o cientista social.
Sin embargo, no podría decirse lo mismo de la participación a nivel de las organizaciones sociales y sindicales, en donde no parecería existir tal crisis. Tal vez sean dos caras de una misma moneda, y haya un trasiego de militantes políticos hacia las organizaciones sociales. Nos parece que de cualquier manera es un tema central a analizar por las fuerzas políticas de izquierda.
LA IMPORTANCIA DE LA PARTICIPACIÓN
Desde nuestro punto de vista, el problema de la participación es central, porque tiene que ver con una concepción de izquierda acerca de la sociedad, y que es diametralmente opuesta a la del capitalismo, y en particular a la del neoliberalismo como ideología dominante en las últimas décadas. Una concepción de izquierda que no considera al hombre como un ser individual, aislado, separado de los demás, sino como ser social, el hombre que no puede desarrollarse a sí mismo si no se desarrolla con otros. Porque la sociedad que queremos construir tiene como meta el pleno desarrollo de ese ser humano, el cual se logra cuando, al transformar la realidad en la que viven, las personas se transforman a sí mismas. Es la participación, el protagonismo en todos los espacios, lo que permite al hombre desarrollarse humanamente. Por eso, no se trata sólo de darle un contenido social a la democracia, de resolver los problemas de la alimentación, salud, educación, etcétera, sino de ir creando ámbitos que permitan que las personas, al luchar por el cambio, se vayan transformando a sí mismas, creando los espacios adecuados para que puedan generarse procesos participativos, en los lugares donde las personas habitan, trabajan o estudian.
LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA
El hecho de que los uruguayos participen en un porcentaje importante en las organizaciones sociales que ellos mismos han ido creando en su actividad permanente de relacionamiento, es un buen síntoma, y por eso nos alegra y nos llena de satisfacción, aunque sigamos permanentemente luchando por que esa participación aumente cada día más.
Sin embargo, nos preocupa sobremanera la disminución del activismo político, la disminución constante y permanente de la participación en las organizaciones políticas, y la poca convocatoria que éstas vienen manifestando. Nos preocupa en las organizaciones políticas en general, pero más aún en las de izquierda y en el Frente Amplio en particular, porque como ha dicho Tabaré “no somos una montonera, pero tampoco una secta”, y porque nos planteamos, no la lucha electoral sino la acción política permanente, y eso se hace con la gente. Un ejemplo relativamente reciente, es el de la votación del proyecto interpretativo de la ley de impunidad. El día que se votaba en el Parlamento (19 de mayo), el Frente Amplio convocó a concentrarse en sus alrededores, y aunque la convocatoria fue también de otras organizaciones como el PIT-CNT (que incluso decretó un paro parcial para ese día), no fue mucha la gente que concurrió allí en esa jornada. Sin embargo, al otro día, la tradicional marcha del 20 de mayo convocada por familiares convocó a más de 100 mil personas en la Avda. 18 de Julio.
Desde nuestro punto de vista, es evidente que el fracaso de la convocatoria no se debió al tema (en este caso el de los derechos humanos), cuestión que a veces puede ser determinante, ya que la gente en general se moviliza por aquello que le interesa, puesto que el tema era el mismo un día y el siguiente, y un día convocó poco más de 2 mil personas a lo largo de la jornada, y al otro día convocó a 100 mil. Lo que al parecer ese hecho puntual estaría marcando, es la falta de confianza de la gente en el sistema político. Podría estar significando que la gente no concurrió al Parlamento porque ya sabía que no iba a obtener ningún resultado, que los dados estaban echados y que no podía tener un mínimo de esperanzas en los parlamentarios. Se podría decir que la participación en la marcha, al otro día, tampoco iba a tener un resultado concreto, pero de alguna forma era una manera de expresar lo de todos los años: la voluntad de seguir luchando por verdad y justicia, y por otro lado, expresar el rechazo y el desprecio por lo que había sucedido el día anterior en el Parlamento.
NO ES BUENO
Esto no es bueno desde ningún punto de vista, porque las soluciones y los cambios profundos solo pueden venir por el lado de la política. Nos parece interesante transcribir algunos párrafos de un reciente artículo de Emir Sader (De escépticos a cínicos), porque expresan esta idea más claramente que lo que podamos hacerlo nosotros. Dice Emir Sader: “El escepticismo parece un buen refugio en tiempos en que ya se decretó el fin de las utopías, el fin del socialismo e incluso el fin de la historia. Es más cómodo decir que no se cree en nada, que todo es igual, que nada merece la pena. El socialismo habría devenido en tiranía, la política en corrupción, los ideales en intereses. La naturaleza humana sería esencialmente mala: egoísta, violenta, propensa a la corrupción. En ese escenario sólo restaría no creer en nada, por lo que es indispensable descalificar todo, adherir al cambalache: nada es mejor, todo es igual. Ejercer el escepticismo significa tratar de afirmar que ninguna alternativa es posible, ninguna tiene credibilidad. Unas son pésimas, otras imposibles. Algunos medios, como ya fue dicho, son máquinas de destruir reputaciones. Porque si alguien es respetable, si alguna alternativa demuestra que puede conquistar apoyos y protagonizar procesos de mejoría efectiva de la realidad, el escepticismo no se justificaría”.
Y luego afirma este sociólogo y cientista político brasileño: “En realidad, el escepticismo se revela, rápidamente, en un cinismo, y tanto el uno como el otro, una justificación para la inercia, para dejar que todo continúe como está”.
Y esto que dice Sader es lo que un conglomerado de izquierda no puede dejar que pase, que el escepticismo con referencia a lo político termine convirtiéndose en una justificación para la inercia, para dejar que todo siga como está. La participación ciudadana no puede agotarse en la elección de los representantes, y el voto no puede ser la única forma de darle vida a la participación democrática. Si bien un principio básico de la organización democrática que conocemos consiste en la elección libre de los representantes políticos, la participación ciudadana hace posible extender ese principio más allá de los votos; convertirla en algo más que una sucesión de elecciones. Participación y representación son dos términos que se necesitan recíprocamente: participación que elige representantes mediante el voto, y representación que se sujeta a la voluntad popular gracias a la participación cotidiana de los ciudadanos en las organizaciones políticas a las cuales votan e invitan a votar.
Pero aún en lo que tiene que ver con la participación con el voto, hay síntomas que están indicando también una prescindencia y determinado grado de decepción, lo que se ha visto expresado en el voto en blanco en las últimas elecciones, tanto nacionales como municipales.
ANALIZAR LAS CAUSAS
Es por todos conocido que la crisis global profundizada por el neoliberalismo y los malos gobiernos, forman parte del descontento político, que a su vez ha generado en décadas pasadas un cambio en el comportamiento político y electoral de muchos países de nuestra América, manifestado entre otras cosas en un aumento de la abstención electoral y otros indicadores sociopolíticos de la descomposición de la forma tradicional de entender y hacer política en nuestros países.
Lo que resulta de alguna manera paradójico, es que esta situación se da en nuestro país cuando el proceso comienza a revertirse en el resto de América y cuando aquí comienzan a darse cambios importantes en infinidad de aspectos, aún teniendo en cuenta que no todo funciona como debiera ni vivimos en el mejor de los mundos posibles, como ya lo hemos manifestado en múltiples oportunidades.
Porque como bien señala Sader en el artículo citado, “…bastaría concentrarnos en el período reciente, en el mundo actual, para darnos cuenta de que las sociedades latinoamericanas –el continente más desigual del mundo-, o por lo menos la mayoría de ellas, avanzaron mucho en la superación de las desigualdades y de la miseria. Aun más en contraste con los países del centro del capitalismo, referencia central para los escéptico-cínicos, que giran en falso en torno de políticas que América Latina ya superó. Las poblaciones de Venezuela, Bolivia, Ecuador están viviendo mejor que antes de los gobiernos de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. La Argentina de los Kirchner está mejor que la de Menem. El Brasil de Lula y de Dilma está mejor que el de Fernando Henrique Cardoso”.
Vale la pena entonces detenerse a analizar por qué en nuestro país el descontento se generaliza, cuales son sus causas y las formas de revertir esa situación.

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