América Latina/Debates
Izquierdas y progresismos: la divergencia vista desde allá y desde aquí
Eduardo Gudynas *
Hemisferio Izquierdo, N° 24, agosto 2018
Estos
son tiempos de perplejidad para muchos. Pocos años atrás se festejaban
los avances de gobiernos de una “nueva izquierda” en América Latina,
pero ahora hay alarma ante sus derrumbes. En esa perplejidad están
inmersos muchos analistas, académicos y militantes, tanto en nuestro
continente como en el norte global, que en muchos casos resulta de lo
que podrían describirse como miradas “externas” que no siempre logran
entender las contradicciones y riesgos que existían “dentro” de nuestros
países.
Es
necesaria una pausa, retomar análisis que vayan más allá de la
superficialidad, sean mas precisos en sus conceptos, entiendan y
dialoguen con todo tipo de actores, asumiendo las tensiones, los avances
y los retrocesos en los procesos políticos.
El
reciente especial de Hemisferio Izquierdo sobre “Bienes Comunes” es una
excusa apropiada para un aporte en ese sentido, y en especial la
entrevista a Daniel Chávez (1). Este investigador, residente en Holanda y
participante del Transnational Institute, reconoce su distancia con los
que describe como “críticos al desarrollo” (entre los que incluye a
Pablo Solón de Bolivia, Edgardo Lander de Venezuela, Arturo Escobar de
EEUU / Colombia, Maristella Svampa de Argentina, y a mí mismo). El
cuestionamiento de Chávez apunta a dos componentes de aquella corriente:
“su crítica acérrima al rol de Estado y su incapacidad de formulación
de propuestas alternativas o superadoras de lo que ellos criticaban”,
aunque admite que con los años comprendió que no eran tan “ácidos” y que
habían algunas “propuestas”.
Esa
entrevista ejemplifica a la corriente de quienes fueron entusiastas
defensores de los progresismos, se resistían a entender las
contradicciones y en varios casos cuestionaban a quienes elevaban
alertas. Ese tipo de posturas prevalecieron por años, y al menos desde
mi experiencia, entiendo que en parte se originan desde esa postura de
un “exterior” político casi siempre, epistemológico y afectivo muchas
veces, y que no lograba reconocer las voces de alerta “internas”. De esa
manera no se detectaron a tiempo los problemas, no se corrigieron
muchas estrategias políticas, y lo que es peor, de alguna manera, no
advirtieron que con eso germinó el regreso de un nuevo conservadurismo
en algunos países. El énfasis en defender a toda costa a los
progresismos, la disciplina partidaria o la adhesión política acrítica, y
los problemas en dialogar con otros actores, seguramente jugó un papel
importante en la actual debacle. Por esa razón, esta crisis política
está inmersa en otra crisis más amplia, una de interpretación, y que no
siempre es reconocida.
Advertencias tempranas
Sin
duda los nuevos gobiernos que conquistaron el poder desde 1999, con
Hugo Chávez en Venezuela, y que se difundieron en los siguientes años,
como Evo Morales en Bolivia, Lula da Silva en Brasil, Rafael Correa en
Ecuador o el Frente Amplio en Uruguay, implicaron una ruptura con el
conservadurismo y las posturas neoliberales. Ese cambio recibió amplios
respaldos tanto desde zonas rurales como ámbitos urbanos.
En
una etapa inicial, y en especial desde mediados de los años 2000, buena
parte de los analistas, militantes e intelectuales del amplio campo de
la izquierda celebraron cambios como la reducción de la pobreza o una
mayor participación estatal en las estrategias de desarrollo,
especialmente vinculada a la administración de recursos mineros o
petroleros. Esto es entendible. De todos modos, algunos daban unos pasos
más, y sostenían que era próximo el derrumbe de los capitalismos (como
se afirmaba al tiempo de la crisis financiera de 2007/8) o que no
existía nada a la izquierda de esos gobiernos.
Pero
poco a poco comenzaron a elevarse alertas, inicialmente desde algunas
minorías y desde localidades rurales (que en varios países correspondían
a comunidades campesinas o indígenas). Muchas de ellas expresaban
reclamos ante los efectos negativos de ciertos tipos de estrategias,
como la explotación minera, petrolero o agrícola. Recuerdo que en año
2007, en el norte de Ecuador, líderes indígenas amazónicos me decían que
la contaminación que ellos sufrían era la misma, y nada cambiaba si
operaba una empresa estatal o una corporación transnacional. Esos casos
mostraban que el desarrollo se organizaba de diferente manera bajo esos
gobiernos pero se repetían problemática como los impactos sociales,
ambientales y económicos.
Este
tipo de circunstancias también se registraba en Bolivia y Venezuela,
mientras que en Argentina, Brasil o Uruguay, contradicciones análogas se
vivían con la liberalización desenfrenada de transgénicos, la avalancha
de agroquímicos, y la proliferación de los monocultivos de exportación.
Cuando
se ubica esa problemática en un marco conceptual, se puede argumentar
que enfrentamos distintas variedades de desarrollo. En unos casos se
organiza de modo conservador, con fuerte participación empresarial y
extranjera, tal como ocurría en Chile o Colombia. En otros casos, como
Uruguay, Argentina, Brasil o Venezuela, el desarrollo se instrumentaliza
en clave progresista, con mayor presencia estatal y un abanico de
instrumentos de compensación, sobre todo económicos. Pero en todos los
casos se compartían ideas básicas sobre el desarrollo como progreso,
crecimiento económico y subordinación exportadora del país como
proveedor de recursos naturales.
La
obsesión con ciertos parámetros económicos, incluyendo unas ideas
simplistas sobre que el mero crecimiento podía generar excedentes que
permitirían reducir la pobreza, hacía que incluso aquellos nuevos
gobiernos insistieran en profundizar la exportación de recursos
naturales para incrementar sus ingresos.
Eran
los tiempos de bonanza de los altos precios de las materias primas,
como soja, minerales o petróleo, lo que alimentó una notable expansión
económica. Bajo esas condiciones se generaban muchos excedentes, y
algunos de ellos eran captados por los Estados para, en parte, compensar
a grupos afectados. Por ejemplo, si bien el gobierno Lula priorizó el
apoyo a la agropecuaria exportadora, especialmente sojera, esa bonanza
le permitió proveer de asistencia a pequeños agricultores y movimientos
sociales rurales. No resolvió sus problemas estructurales ni avanzó en
una reforma agraria, pero apaciguó la protesta en el campo. Algo similar
ocurrió en Uruguay. Esas compensaciones disimulaban desarreglos
productivos sustantivos, el desplazamiento de prácticas tradicionales de
agricultura familiar, y una creciente lista de impactos sociales y
ambientales de la agroindustria. Cuando los precios internacionales
cayeron, esa compensación económica se resquebrajó, regresaron los
cuestionamientos y ya no pudieron disimularse los problemas que
permanecían sin resolución.
Los
intentos de seguir una senda distinta que podría llamarse un desarrollo
de izquierda, que buscara desmontar la dependencia exportadora de
materias primas, no fructificaron. Las necesidades de dinero y las
tentaciones de aquellos altos precios, reforzó el perfil comercial
primarizado en todos los países. La intención de aumentar la captura de
excedentes, como ocurrió en la Argentina kirchnerista cuando se elevaron
las retenciones a las exportaciones de granos, generó una ola de
protestas sociales que forzó a un retroceso gubernamental.
Un
caso todavía más extremo ocurrió en Perú, cuando asumió el gobierno
Ollanta Humala en 2011 en asociación con varios partidos de izquierda.
Su giro progresista chocó a los pocos meses con las exigencias de los
sectores empresariales mineros y las necesidades de capital, y al no
contar con capacidades para construir una alternativa, terminó recayendo
en un extractivismo tan conservador, que se rompió su coalición.
Izquierda y progresismo: dos regímenes
Este
breve repaso, sin duda incompleto y esquemático, tiene por finalidad
mostrar que esos gobiernos expresaban distintos estilos que de todos
modos correspondían a desarrollos capitalistas como proveedores de
materias primas. Eso los alejaba de las intenciones defendidas por la
izquierda que les dio origen. Las izquierdas latinoamericanas siempre
cuestionaron el desarrollo basado en exportar materias primas, y lo
concebían como un resabio colonial. El cambio propio de los progresismos
es que pasaron a defender esa condición primero como un éxito, y luego
como una necesidad. Allí nace en Uruguay, pongamos por caso, la apuesta
sojera y luego la obsesión con buscar petróleo, el coqueteo con el
fracking o el sueño megaminero del anterior gobierno.
Estas
mismas condiciones se repiten en otros terrenos, y como consecuencia se
vuelve necesario distinguir entre izquierdas y progresismos. Otra
cuestión distinta es si una izquierda crítica del desarrollo hubiese
podido ejercer una autonomía frente a ese tipo de desarrollo bajo las
condiciones que padecía América Latina; sin duda esto es discutible.
Pero mi punto es que esa aspiración dejó de estar en la agenda concreta y
real de esos gobiernos, y por el contrario, organizaron justificaciones
y explicaciones para seguir siendo proveedores de materias primas. Esa
postura, abandonando ese horizonte de cambio, es uno de los elementos
específicos del progresismo, y como se dijo arriba ocurre lo mismo en
otras cuestiones. Todo ello expresa un regreso a la defensa del
“progreso”, por momentos en visiones próximas a las de fines del siglo
XIX y principios del siglo XX.
El
desvanecimiento de aquel impulso inicial de izquierda ocurrió de
distinto modo y a diferentes ritmos en cada país. Pero en todos ellos la
adhesión al desarrollo convencional jugó un papel importante, ya que
si, por ejemplo, se persiste en el papel de proveedor subordinado de
materias primas, se deben por un lado proteger emprendimientos como
minería o petróleo, incluso ante la protesta ciudadana, y por el otro
lado, aceptar las reglas de la globalización, el flujo de capital y
mercancías, y normas como las de la Organización Mundial de Comercio
(2). La viabilidad de ese tipo de exportaciones requiere asumir casi
todas las condiciones del capitalismo global.
Ese
tipo de factores terminaron conformando lo que hoy conocemos como
gobiernos “progresistas”. Por lo tanto, “izquierda” y “progresismo” son
regímenes políticos diferentes. Sin duda que el progresismo no es una
nueva derecha ni un neoliberalismo, por más que a veces así se lo acusa.
Pero tampoco es la izquierda original propia de cada país y del
continente. Es también exagerado afirmar que estamos ante un “final” del
progresismo (en realidad eso responde casi siempre a una mirada
autocentrada de analistas argentinos o brasileños sobre sus propios
países, prestándole poca atención a lo que ocurre en Uruguay, Bolivia o
Ecuador).
La
incapacidad de reconocer a los progresismos como un régimen político
distintivo y los análisis incompletos sobre la situación en cada país,
debe estar jugando papeles importantes en la perplejidad de muchos
analistas, tal como se indicaba al inicio de este artículo. En ellos
opera una mirada “externa” que no supo entender los síntomas “internos”
que vienen acumulándose desde hace años.
Ese
tipo de miradas, sean del sur como del norte, no reconocieran esa
divergencia, y siguen insistiendo en que gobiernos como los de Maduro en
Venezuela y Ortega en Nicaragua, son la mejor y genuina expresión de
una izquierda, y que además es latinoamericana y popular.
Afuera y adentro
La
asimilación de los progresismos a una izquierda es esperable por
quienes priorizan las adhesiones partidarias, están atemorizados por un
retorno de la derecha o se aferran a un cargo en el Estado. Pero más
allá de esos casos, se superponen otros análisis donde fallaron los
vínculos y diálogos con las comunidades locales. Esto no quiere decir
que exista mala intención, pero si es cierto que se desestiman las voces
de alerta de ciertos actores.
Siguiendo
recorridos como estos, se genera una narrativa sobre el devenir de la
“nueva izquierda” latinoamericana que es sobre todo una construcción
intelectual basada en artículos y libros, donde la conversación discurre
entre las citas bibliográficas. Pero casi no se “escucha” o “entienden”
las demandas que vienen desde la base ciudadana, especialmente los más
desplazados en sitios marginales, como pequeños agricultores,
trabajadores rurales, campesinos, indígenas, etc. (y a pesar que buena
parte de ellos fueron clave en que esos partidos ganaran las
elecciones).
Posiblemente
los ejemplos más conocidos de ese tipo de posiciones sean los escritos
periodísticos de Atilio Borón o Emir Sader. Lo mismo ocurre con varios
análisis producidos desde el hemisferio norte sobre lo que sucede en
América Latina. Al leer esa literatura, casi toda escrita en inglés, se
tiene la impresión que en nuestros países se vivía algo así como un
paraíso de la liberación nacional, y que cualquier crítica era mera
expresión de conservadores agazapados que intentaban socavar un
experimento popular.
Sea
en el norte o en el sur, hay analistas que presentan por ejemplo a José
“Pepe” Mujica como el apóstol del ambientalismo por su discurso en las
Naciones Unidas, pero nunca entendieron, ni escucharon, pongamos por
caso, a las mujeres de la zona Valentines que alertaban sobre los
impactos de sus planes de megaminería de hierro. Lo mismo ocurre en los
demás países (3).
También
se decía que los “críticos del desarrollo” se contentaban con los
cuestionamientos pero no ofrecían alternativas. Esa afirmación es otro
ejemplo de la escucha incompleta, ya que las alternativas iban de la
mano casi desde un inicio con los cuestionamientos a los extractivismos
progresistas. Es más, ese esfuerzo, conocido como transiciones
post-extractivistas, está en marcha desde hace diez años en los países
andinos y ya avanzó hacia otras naciones (4). A diferencia de otras
exploraciones, estas alternativas otorgaban especial atención a
propuestas concretas, sean en políticas como en instrumentos, desde
reformas tributarias a las zonificaciones territoriales. Pero además,
esa insistencia en opciones de cambio concreto eran en parte esfuerzos
para recuperar una izquierda comprometida con la justicia social y
ambiental.
Renovación y raíces
Tanto
dentro de nuestros países como a nivel global, hay cuestionamientos al
capitalismo global, como los de David Harvey, y defensas de los
progresismos criollos, como las de Atilio Borón. Todas ellas pueden
tener elementos valiosos. Pero esas miradas a su vez confunden
capitalismo con desarrollo, y progresismo con izquierda, y por ello
tienen dificultades para entender la crisis actual y para proponer
alternativas. Están muchas veces restringidas a los manuales y decálogos
políticos europeos o norteamericanos, y no son interculturales.
Constituyen
ejemplos de ese “afuera” donde no aparecen los matices o voces
interiores, como las de indígenas o campesinos, las de los jornaleros
informales en los campos de soja bolivianos, o las de las negras
colombianas que resisten la minería de oro. De ese modo, esa
“exterioridad” pierde lo específicamente latinoamericano que se
esperaría en una crítica desde nuestro continente. Los análisis de
coyuntura se han debilitado, y se escapan las particularidades
nacionales y locales.
Así
se termina confundiendo al progresismo con la izquierda. Del mismo
modo, se esquiva el espinoso análisis de cuáles son las
responsabilidades de esos progresismos en generar el nuevo
conservadurismo que ahora se observa, por ejemplo, en Argentina o Brasil
(5). Entonces, no puede sorprender la perplejidad ante la actual
crisis.
Una
postura muy distinta es la crítica que se hace desde el “adentro”, y
que podría describirse como “enraizada”, para tomar una imagen del
colombiano Orlando Fals Borda (6). En lugar de excluirlos, se busca un
diálogo con las alertas, las visiones o los reclamos locales,
especialmente con quienes son directamente afectados por el desarrollo o
usualmente marginados cultural y políticamente. Es un “adentro” que
acepta la interculturalidad, respetando otros tipos de saberes y otras
sensibilidades ante el mundo social y natural. Sin duda habrá posiciones
distintas, acalorados debates, y otro tipo de contradicciones, pero
será una construcción más cercana a nuestras circunstancias. Por todo
esto, una renovación de lo que sería unas “izquierdas” que estén
ajustadas a América Latina y al siglo XXI, deben estar social y
políticamente situadas, dialogar con todos los actores y sus saberes, y
entender los contextos históricos y ecológicos.
* Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), en Montevideo.
Notas
1)
"El Estado tiene un papel muy importante que asumir en América Latina,
pero también ya es ahora de que la izquierda de la región abandone la
añosa visión estado-céntrica y que se abra a perspectivas como las de
los comunes". Entrevista a Daniel Chavez, Hemisferio Izquierdo, 26 Julio
2018, https://www. hemisferioizquierdo.uy/single- post/2018/07/26/El-Estado- tienen-un-papel-muy- importante-que-asumir-en-Am% C3%A9rica-Latina-pero-tambi% C3%A9n-ya-es-ahora-de-que-la- izquierda-de-la-regi%C3%B3n- abandone-la-a%C3%B1osa-visi% C3%B3n-estado-c%C3%A9ntrica-y- que-se-abra-a-perspectivas- como-las-de-los-comunes- entrevista-a-Daniel-Chavez
2)
Tan solo a modo de ejemplo sobre los debates acerca de los
progresismos, entre las primeras alertas se destaca: El sueño de
Bolívar. El desafío de las izquierdas Sudamericanas, por M. Saint-Upéry,
Paidós, Barcelona, 2008. Más recientemente, ver distintas opiniones en:
El correismo al desnudo, A. Acosta (ed), Montecristi Vive, Quito, 2013.
Mito y desarrollo en Bolivia: el giro colonial del gobierno del MAS, por Silvia Rivera Cusicanqui, Plural, La Paz, 2015.
Rescatar la esperanza. Más allá del neoliberalismo y el progresismo, por varios autores, Entre Pueblos, Barcelona, 2016.
As contradições do Lulismo. A que ponto chegamos?, por A. Singer e I. Loureiro (orgs), Boi Tempo, São Paulo, 2016.
3)
En el caso de Uruguay se vaticinaba que la llegada del Frente Amplio
lanzaría un nuevo “modelo de desarrollo”, y más allá de la ambigüedad
sobre el significado del término “modelo”, es evidente que eso no
ocurrió. Véase sobre esa predicción: Tercer Acto. La era progresista.
Hacia un nuevo modelo de desarrollo, por A. Garcé y J. Yaffé, Fin de
Siglo, Montevideo, 2055.
4) Distintos documentos sobre alternativas a los extractivismos y al desarrollo en el sitio www.transiciones.olrg
5)
Una ilustración de esa problemática resulta de comparar dos libros del
politólogo argentino José Natanson: en 2008 prevalecía un cierto
triunfalismo con lo que denominó como “nueva izquierda”, y en 2018 se
analizan algunas razones del colapso kirchnerista y el triunfo del
macrismo.
La
nueva izquierda. Triunfos y derrotas de los gobiernos de Argentina,
Brasil, Boolivia, Venezuela, Chile, Uruguay y Ecuador, Debate, Buenos
Aires, 2008; ¿Por qué? La rápida agonía de la Argentina kirchnerista y
la brutal eficacia de una nueva derecha, Siglo XXI, Buenos Aires, 2018.
6) Hacia el socialismo raizal y otros escritos, por Orlando Falsa Borda, CEPA y Desde Abajo, Bogotá, 2007.
Comentarios