EL CIRCO
(Publicado esta semana en Semanario VOCES)
La
situación de algunos países hermanos estará, por cierto, en la agenda
de discusión electoral en este año. Y lamentablemente no para
esclarecer a la ciudadanía acerca de esos temas, sin duda
importantes, sino porque cada tienda obtendrá sus réditos políticos
al plantearlos.
Por
cierto, el espectro de centro/derecha intentará presentar al
presidente venezolano Maduro como a un dictador implacable y al
Frente Amplio en su conjunto como el defensor de una dictadura (y
explotando sus contradicciones internas).
Intentarán
desde luego mostrar la situación económica venezolana como el
futuro que nos espera de no cambiar el timón del gobierno en las
próximas elecciones.
El
FA – en el que no existen unanimidades respecto de la situación
venezolana (para algunos sectores efectivamente Maduro es un
dictador, y para otros es el líder del socialismo del siglo XXI,
mientras que para la mayoría es un presidente que sería mejor que
no existiera para no tener que defenderlo poniéndose colorados)-
intentará a su vez mostrarse unánime en lo que tal vez sea la única
coincidencia interna: la defensa de la libre auto determinación de
los pueblos.
Por
otra parte, el oficialismo hará un uso despiadado del viraje
argentino y brasileño a la derecha, e intentarán asustar con la
posibilidad de que un Bolsonaro o un Macri charrúa pase a regir los
destinos de nuestro país si, por uno de esos desatinos que suelen
tener los pueblos (que se equivocan cuando no me votan a mí), los
uruguayos decidieran no revalidar la confianza en el progresismo.
Nada
de eso es verdad, desde luego. El Uruguay no será una “dictadura”
al estilo venezolano si se mantiene el progresismo en el gobierno; y
si el socialismo del siglo XXI llegara a golpear las puertas de esta
penillanura levemente ondulada recién lo hará tal vez un siglo
después, siempre a destiempo, a la uruguaya.
Tampoco
gobernará por acá un Bolsonaro partidario de la dictadura militar.
Pero lo cierto es que esos temas son funcionales a ambos bandos, y
desviarán la atención de lo que verdaderamente importa.
A
nadie le interesa analizar las causas de fondo de esos fenómenos,
porque en realidad a nadie le conviene. Llegar a las raíces de los
problemas socavaría sus propios cimientos y verían temblar el lugar
en donde están parados. Por eso es que solo se habla de las
consecuencias. Porque lo que está mal es el sistema, y es eso lo que
hay que cambiar, y desde luego ni unos ni otros tienen el más mínimo
interés en hacerlo.
Mientras
tanto, los pueblos siguen incrementando su hastío y padeciendo
gobiernos, y los ciudadanos creyendo que depositando el voto en la
urna luego de este circo habrán cambiado algo.
Los
gobiernos en lo suyo: al servicio del capital.
José
Luis Perera
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