CAMBIO DE FRENTE (5ª. Parte) – Los cambios y el FA



Muchos compañeros señalan –y con acierto- que el país y el mundo han cambiado. Nosotros estamos de acuerdo, pero queremos analizar dos cosas: por un lado, si esos cambios han sido en sentido positivo o negativo (y qué tan relevantes han sido), y por otro lado, si los cambios que se proponen en el FA tienden a mejorar la herramienta para combatir los males del capitalismo, o si esas propuestas tienden a adaptarse a la situación.
LOS CAMBIOS EN EL MUNDO
Claro que el mundo ha cambiado, pero la izquierda actual continúa enfrentándose al mismo viejo dilema que tanto preocupó a sus antecesores en los siglos XIX y XX. El sistema de explotación del hombre por el hombre, que Marx y Lenin estudiaron en profundidad -pero que también combatieron como revolucionarios- es el dominante hoy en la mayor parte de nuestro planeta, y es cada vez más despiadado y además está poniendo en peligro inclusive la propia supervivencia de la especie humana. El fin de la Guerra Fría lo que trajo fue una hegemonía excluyente de los Estados Unidos, impuesta generalmente a base de guerras y de chantaje económico. Los conflictos de EEUU con la Unión Europea y Japón, las disputas entre estos y las potencias emergentes (especialmente China y Rusia), son expresiones de las dificultades del capitalismo para su reproducción. El excedente insuficiente para las expectativas de ganancia de las trasnacionales determina que el mundo se estreche como mercado. Por un lado porque la demanda se concentra (ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres), y por otro porque la degradación del medio ambiente compromete la disponibilidad de recursos para producción y reproducción del sistema. Uno tiende a pensar entonces que el sueño de aquellos revolucionarios de los siglos pasados, de una sociedad verdaderamente humana, sin explotación, en lugar de estar perimidos tiene cada vez mayor vigencia.
MÁS DESIGUALDADES HOY
El mundo que pronosticaban los liberales de la época de Marx y Engels, un mundo en donde la riqueza generada por el capitalismo iría a ser distribuida más o menos equitativamente entre todas las naciones y, dentro de cada una de ellas, entre todas las clases sociales; lo que llamaban la “sociedad industrial” y que creían que iba a ser una sociedad de clases medias en donde los sectores trabajadores estarían muy bien remunerados y las desigualdades de clase iban a desaparecer, simplemente nunca apareció (aunque muchos sigan soñando con ella hoy mismo dentro de la propia izquierda). La evidencia empírica señala que la evolución ha sido en el sentido de lo que Marx y Engels planteaban en el Manifiesto, que la dinámica del capitalismo inexorablemente conduce a la polarización económica y social tanto en lo nacional como en lo internacional. Si agrupáramos todos los países del mundo en cinco grupos iguales, según la riqueza que disponen, veríamos que el 20% de los países más ricos posee una riqueza 150 veces superior al 20% de países más pobres. El Día Mundial de la Alimentación fue proclamado en 1979 ¡hace más de 30 años! por las Naciones Unidas y la FAO y desde entonces la cantidad de personas que padecen hambre no ha dejado de aumentar. Los cambios en el mundo, en todo caso, nos obligan a analizar críticamente los modelos (capitalismo, socialdemocracia) que han llevado a este estado de cosas, y a redoblar los esfuerzos y la unidad con los países hermanos, para superarlos en conjunto. Recientemente, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, anunció que dará prioridad a Cuba en la compra de medicinas por un monto de mil 500 millones de dólares sobre las transnacionales farmacéuticas, como un gesto de reciprocidad al respaldo de la isla por los planes de salud promovidos en ese país hermano. Esos son el tipo de cambios que nos están reclamando el orden de cosas a escala planetaria, y no el cambio de la estructura orgánica de nuestra fuerza política.
LOS CAMBIOS EN EL PAIS
En una reciente entrevista en el semanario Brecha, el compañero Astori decía: “Nosotros tenemos un compromiso político que data de 1971, y en ese compromiso político se alude a un país que no existe más. Tenemos que discutir cómo ha cambiado ese país, cuál ha sido el papel del Frente Amplio en eso, porque este cambio no cayó del cielo. Pasar del 14 por ciento de desempleo al 5,5 por ciento no es por casualidad, sino que se consigue haciendo política”.
El primer comentario que se nos ocurre, es que no se pueden exhibir cifras o porcentajes como muestra de que el país cambió; las cifras aisladas, no dan cuenta de ningún cambio profundo en la estructura económica de un país. Islandia, en el 2007, ascendió al primer lugar en el índice de desarrollo humano del PNUD, muy por delante de países como los Estados Unidos, Francia o el Reino Unido, y su índice de desocupación era prácticamente insignificante; un año después estaba sumida en una profunda crisis de la que aún no ha salido.
Pero además, resulta que en ese compromiso político que el compañero menciona, no se alude a ningún país, sino que habla del respeto de los acuerdos, de la unidad y la continuidad del Frente y su carácter de fuerza popular combativa, de la conducta política y de la solidaridad recíproca entre sus integrantes, de la autonomía e independencia de los integrantes del FA, de la adopción de normas que aseguren la participación afectiva de los Comités de Base en la dirección Política del Frente Amplio a nivel nacional, departamental y local, etc. Es decir, se trata de un compromiso político válido para cualquier tipo de país y circunstancia, en lo esencial.
Pero además ¿qué tanto ha cambiado el país, como para que hablemos de un compromiso político que ya no sirve? ¿Ha habido en este país una revolución en algún sentido? ¿Se han procesado cambios de tal magnitud en lo económico, en lo social o en algún otro plano, que hagan necesarios modificar los acuerdos básicos de nuestra fuerza política? Uno no puede sin duda negar los avances tecnológicos, eso está fuera de discusión. En la época en que el compromiso político se firmó, el teléfono que usábamos era de manivela y había que pedir a una operadora que nos comunicara con el otro número, y ahora buena parte de los humanos andan con celulares en el bolsillo o la cartera, que hasta tienen internet. Ahora bien, eso lo que hace –en todo caso- es más fácil la actividad política, pero no estaría indicando la necesidad de modificar los compromisos.
En general, la base económica de la sociedad uruguaya sigue siendo prácticamente la misma que hace 40 años. No se ha transformado sustantivamente la matriz productiva del país, porque seguimos exportando commodities, básicamente. Lo nuevo es que tenemos un millón de hectáreas forestadas, otro millón de soja y el resto ganado, sectores que se han desarrollado (turístico, logístico), los servicios, la industria y el comercio que tienen un promedio salarial bajo. Tenemos un crecimiento económico que es histórico, pero que no ha logrado modificar la distribución de la riqueza. Hoy, la economía en todo caso está más concentrada, más centralizada y más extranjerizada que antes. La distribución de la riqueza es peor que en 1991 según los indicadores. Tenemos menos desocupación, es verdad, pero también empleos de baja calidad, y casi 700 mil uruguayos que ganan menos de 10 mil pesos. Es cierto que la industria ha cambiado. Tenemos inversiones como la de Botnia (UPM) que generó unos 300 puestos de trabajo, altamente calificados, 20% de los cuales son extranjeros. La situación de la industria de hoy no es la de décadas atrás cuando había fábricas con 800 operarios o más. Ahora hablamos de personal calificado. Pero eso, a lo que nos obliga es a otras cuestiones que tienen que ver con la educación y con la capacitación, no a cambiar nuestro compromiso político. A todas luces, lo que nos está reclamando la situación a escala mundial, el brutal retroceso en las condiciones de vida de grandes masas, es una profundización de la solidaridad y de la unidad latinoamericana; y lo que nos reclama la situación incambiada en la estructura económica, en la matriz productiva, de nuestro país, que es la que siempre ha producido y sigue produciendo la desigualdad, es un cambio de modelo económico, no un cambio de la estructura orgánica del Frente Amplio.

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