LO QUE PIENSO DEL COVID19
En marzo de este año, las noticias que llegaban de Europa, eran terribles, hospitales colapsados, poca gente en las calles, y las que sí, estaban de tapabocas. La gente aterrorizada en las casas. A partir de entonces, la paranoia se generalizó e invadió. La gente se surtía y se encerraba en sus casa preparándose a guerra para enfrentar a ordas de bichos que nos atacarían.
ªQuedate en casa”, “de esta salimos juntos”, “cuidate que te cuido” y estupideces por el estilo eran las frases preferidas por los memólogos y sus adláteres. El miedo y la paranoia habían cundido.
Yo estaba en otra. Seguí haciendo mi vida normal desde el principio. En mi barrio, nadie daba bola al famoso bicho. En la calle y en sus casas todo el mundo estaba sin tapabocas. El almacén del araña, como siempre, se llenaba de gente, así como el boliche. Los dimingos aquello parecía la calle 18 de Julio un sábado.
Por ese entonces, el Semanario VOCES me pidió un artículo al respecto. El mismo tiene fecha del 26 de marzo y allí digo cosas que puedo sostener sin cambios nueve meses después:
ACHIQUEN EL PÁNICO
Los humanos somos solidarios cuando estamos en peligro; ahí nos asustamos y decimos “de esta salimos todos juntos”. Una solidaridad egoísta (aunque parezca contradictorio), nos aterroriza porque la muerte nos puede llegar a nosotros. 6.3 millones de niños murieron en 2017 por causas, en su mayoría, prevenibles (un niño cada 5 segundos). Hay 155 millones de niños afectados por desnutrición infantil crónica. Claro, el hambre y la desnutrición no se contagian, estamos a salvo, y por eso no llenamos espacios hablando de ella, ni tenemos que hacer cuarentena ni vaciar los supermercados.
Quienes hablan de la muerte del capitalismo a lo Kill Bill solo expresan sus deseos. Sin desmerecer la gravedad del asunto, es una crisis más dentro del sistema, que el sistema resolverá en su favor.
En junio de 2009, la OMS declaró que la gripe porcina era una pandemia, la peor amenaza de salud pública de los últimos cuarenta años. Se aisló a los contagiados, se lanzaron campañas sanitarias multimillonarias, se aceleró la producción de antivirales y los medios lanzaban boletines diarios con las cifras de muertes y contagios. Los grupos de riesgo eran aún más amplios que ahora: ancianos y niños, y terminó afectando también a jovenes. Se cerraron escuelas, se pidió a las personas que se mantuvieran en sus casas, y todos nos preguntábamos cuándo caeríamos enfermos. Se decía que una pandemia mundial tendría un impacto catastrófico sobre la actividad económica.
Sin embargo, el mundo siguió andando, y hoy ya nadie se acuerda de aquello. El 30/12/2009 la OMS informó que el número total de muertes por gripe porcina en todo el mundo había sido de 12.220. Cifra que, según los expertos, era mínima comparada con entre 250 mil y 500 mil personas que mueren anualmente a causa de la gripe estacional.
Desde luego que hubieron consecuencias económicas, pero no fueron tan catastróficas como se preveían, más teniendo en cuenta que recién comenzaba la recuperación luego de la crisis financiera del 2008.
Como todas las crisis del sistema, habrá ganadores y perdedores. Que suelen ser los mismos. Tras la crisis vendrá el ajuste, ya lo sabemos. Cuando estalló la crisis del 2008, los expertos pronosticaron que se apretarían las tuercas a los superricos. Más impuestos, quizás, o en todo caso una fase de opulencia más discreta, menos ostentosa. Sin embargo, en 2009, se comprobó que su riqueza había crecido un 21,5% luego de la crisis.
El sistema capitalista prefiere las curas y no la prevención (ésta no aumenta el valor de las acciones); cuanto más enfermos estamos, más ganan. Hay gente y grupos que ya están haciendo mucho dinero en medio de esta pandemia. Los perdedores serán los que tienen los peores trabajos y ganan peores sueldos, los que hacen el mango por su cuenta, músicos, artistas, y un largo etcétera, los olvidados de siempre.
José Luis Perera
Allá por abril, mirábamos a Europa y veíamos como los gobiernos profundizaban su arremetida contra los derechos, toques de queda, comercios que ordenaban cerrrar, niños sin clases, distanciamiento social, tapabocas, etc., todo lo que redundaba en una paralización de la economía y la vida normal.
Nos decían que el peligro acá, era que se venía el invierno, y con temperturas bajas podía venir la catástrofe. Nada de eso pasó, vino el invierno y los CTI nunca estuvieron más vacíos.
Otra vez nos dijeron que los números se iban a disparar porque unos jovenes salieron a manifestar por la diversidad, uno al lado del otro y sin tapabocas, cantando y bailando, y los casos positivos que hubieron quince días después fueron en su mayoría en un hogar de ancianos y en el interior, no en Montevideo en donde había sido la marcha.
Coronavirus hace referencia a un tipo de enfermedad específico, y el 19 es porque surgió en el 2019; el virus es el sars-cov-2, (síndrome respiratorios agudo severo por virus corona).
Esta no es la primera vez que la humanidad enfrenta una pandema de este tipo. Más cerca en el tiempo hicieron un circo parecido con el H1N1, y escribí cosas parecidas en ese momento.
Si bien se nos dice que el covid19 es altamente reisgoso, es afirmación es rechazada por expertos de renombre internacional. El hecho de que aparezca un nuevo virus, no puede determinar que se tenga que paralizar el mundo, eso es absurdo por donde se lo mire. Y fundamentalmente es una atrocidad que se haga usar tapabocas o se le aísle a la gente sana.
Es mentira que el virus es mucho más mortal que otros. Comparado con la gripe, por ejemplo. Si tomamos en el mundo el período comprendido entre el 1 de noviembre, y el 31 de marzo, hubieron en el mundo 860 mil casos y 40 mil muertes atribuídas al sars, mientras que en el mismo período, se contagiaron por la gripe común 420 millones de personas, mató a 270 mil.
La tasa de letalidad (número de muertos en relación a los infectados) anunciada por la OMS en marzo, fue del 3,4 %, lo que fue cuestionado en todo el mundo por científicos destacados. Tuvieron que pasar nueve meses para que la OMS corrigiera esa tasa y la bajara al 0.5%.
La situación en julio era que la mortalidad en general había descendido, los hospitales estaban vacíos, y los CTI dormían la siesta.
¿Qué es lo nuevo a partir de ahi?
La multiplicación de los test PCR por diez y más. Y obviamente, a mayor cantidad de test, más resultados positivos, a menor cantidad menos positivos, así hasta cero. Lo que buscan revolviéndote la nariz, es un trozo de ARN. Y esto que encuentran, puede significar que te agarraste el virus y estás a punto de enfermarte, o que alguna vez lo tuviste y ya estás sano, es decir, trozos muertos del virus. El PCR no detecta si el ARN proviend de un virus vivo o muerto. Por eso los falsos positivos, personas que no tienen síntomas, no pueden contagiar a nadie, en resumen, no están enfermas.
Esto quiere decir que la gran mayoría de casos positivos son gente que en su gran mayoría ya venció al virus hace rato. Por si esto fuera poco, los test dan resultados incorrectos entre un 20 y un 50% de los casos. Esto significa que hasta un 50% de los que presentan como positivos, pueden haber simplemente contraído en algún momento una gripe estacional común y corriente.
Hasta dónde puede saberse, en nuestro país el covid19 es la menor de las causas de muertes.
COMPARACIONES
Leucemia: 4,02 veces más
Parkinson: 4,12 veces más
Cáncer a la sangre: 4.14 veces más
Accidentes de tránsito: 7,5 veces más
Gripe estacional: 21,62 veces más
Problemas coronarios: 66 veces más
Pero el sistema de salud ha dejado de atender enfermedades realmente existentes para preservarse ante la eventualidad de que puedan concurrir enfermos del COVID19. Y recomienda medidas (quedarse en casa, cierre de gimnasios etc.) que pueden contribuir a agravar enfermedades realmente existentes, para prevenir una posible. Si esto no es una locura no sé que es.
Nueve meses después, me volvieron a pedir de VOCES un artículo sobre el tema, y escribí lo siguiente (sale el jueves):
FANTOCHADA
Existe un nuevo virus. Algunas personas se contagian (una ínfima minoría); algunas terminan en un centro asistencial; una minoría va a parar a un CTI; y una minoría mucho más pequeña de esas minorías, muere, al igual que con otros tantos virus y enfermedades. Generalmente, los que mueren son personas de edad avanzada que ya tenían otras graves patologías.
En nuestro país el virus está en el último lugar entre las causas de muerte. Por día, se suicidan dos personas, más de setecientas al año, casi diez veces lo que se ha etiquetado como causal por coronavirus, y la cifra aumenta año a año. Por hacer solo una de las comparaciones posibles.
Con estos hechos como base, se ha creado una descabellada y absuda alarma mundial y sembrado el pánico entre la población, que habla de “gente muriendo como moscas”, “cadáveres tirados en las calles”, y cosas de un colorido parecido, como si esa fuese la realidad del mundo hoy. Todo esto por cierto con el apoyo y la complicidad de los grandes medios de comunicación, sin cuyo invalorable apoyo nada de esto sería posible.
Con todo este sancochado, las medidas dispuestas aquí y en todas partes, no podían ser ni más ni menos ridículas (aunque siempre se puede esperar más). Un bozal que no puede ser más patético e inútil (los que más se contagian son el personal de la salud, y trabajan en ambientes ultra desinfectados, con mascarillas de verdad, con mamparas y trajes de astronauta, guantes esterilizados etc), pasando por la suspensión de clases en las escuelas (población infantil en la que el contagio es practicamente nulo) y liceos, separando a los niños en los salones y recreos, mientras la población que sí se puede contagiar viaja en ómnibus atestados; se puede beber en los bares o comer en restaurantes hasta las 12 de la noche. pero no se pueden abrir ni los gimnasios ni clubes deportivos a ninguna hora.
Las enfermedades cardio vasculares son la principal causa de muerte (cien veces más que el virus), y los factores que contribuyen a esta enfermedad son el tabaquismo, la mala alimentación, el sobrepeso, el sedentarismo, la hipertensión, la diabetes, el estrés y el colesterol alto (cosas relacionadas con bares y restaurantes y que no hay problema en seguir haciendo). Las acciones para evitar las enfermedades cardiovasculares pasan por no fumar, evitar el alcohol y alimentarse bien, consumir verduras y frutas, evitar el consumo de grasa y bebidas azucaradas, y se recomienda hacer al menos 150 minutos de ejercicio físico por semana. Sin embargo se cierran los gimnasios, para combatir un virus que mata cien veces menos.
José Luis Perera
Nueve meses después, y sin que jamás hubiese pasado absolutamente nada siguiendo la vida normal, llega la prohibición de entrar a lo del araña sin tapabocas. Y es que la estupidez y la obligatoriedad llegan más rápido que el virus, transformándose en la verdadera pandemia.
Hagan lo que más guste. Es más probable -lamento decirles- que mueran en un accidente de tránsito, o de un problema coronario. O que se suiciden (se matan diez veces más que por corona virus).
El tapabocas es un adminículo que no protege prácticamente nada contra el propio contagio. En Dinamarca se hizo un estudio sobre el uso de las mascarillas para reducir el contagio de coronavirus, en el que participaron más de 6.000 personas, y el resultado fue que el efecto es reducido y que no se puede descartar que no proteja al portador. Tras un mes de seguimiento, el 1,8 % de los que llevaban máscara se contagió, frente al 2,1 % de los que no la llevaban, no había una diferencia estadística significativa entre ambos grupos.
Algunos dirán que proteje a los demás y no a uno mismo. Puede ser, pero solo si estás enfermo, si no, no estás protegiendo a nadie de nada. Si quieren aislar a los enfermos que los aíslen; si quieren que los enfermos utilicen el bozal, que lo hagan, pero que los sanos puedan seguir su vida normal, es lo único sensato.
Cuando hablan de que esta es la “nueva normalidad”, y que las medidas llegaron para quedarse, me vienen escalofríos. Pienso en una sociedad futura en donde la gente se encierra en sus casas, se lava continuamente con alcohol en gel y que cuando sale a la calle lo hace de tapabocas y me viene una angustia insoportable. No soy científico, pero es obvio que cuanto más se aisla el ser humano, y menos en contacto está con otros seres humanos y con los virus y bacterias, más se debilita su sistema inmunológico. De ser como lo dicen (que las medidas llegaron para quedarse), en el futuro habrá más y más enfermedades por esa causa. Guarden este artículo y en el futuro dirán: qué razón tenía aquel carpintero.
Pero aún así, eso no es lo más importante.
Lo importante es la pérdida de derechos progresiva. Y peor aún: la pérdida de derechos con el consentimiento gustoso de la gente. El estado avanza en las crisis, pero jamás vuelve atrás. Hoy te prohibe salir, te dice a dónde podés ir y a dónde no y cómo tenés que ir, con cuánta gente y por cuánto tiempo; les dice a los comercios cuáles pueden abrir y cuáles no, y a qué hora; hasta te dicen si habrá navidad o no y como tienes que festejar el fin de año y todo lo demás. Políticos de todos los partidos quieren más leyes represivas que castiguen a los rebeldes. Y la aceptación callada y servil es espeluznante. Eso sí que me asusta. Eso sí que mete miedo. Eso sí que es una pandemia.
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