EL URUGUAY DEMOCRÁTICO Y LOS PLEBISCITOS
El 25 de octubre se deciden cosas por demás importantes para nuestro país. Quizá la decisión más importante que los uruguayos deberán tomar, es si el país continúa por el rumbo de los cambios profundos y democráticos a favor de las grandes mayorías, o si retrocede a los tiempos del neoliberalismo, de la lógica del mercado, de la ley de la selva. No se puede confundir el cambio con la reacción. El cambio, es en el sentido de la historia. La reacción es retroceso. Como decía la consigna del año pasado: “El Frente o volver atrás”. La batalla por dirimir esa cuestión comenzó hace mucho rato (de alguna manera comenzó el mismo 1º de marzo del 2005), y de ninguna manera está ganada, por lo que todos los esfuerzos son poco. Pero el 25 de octubre se deciden otras dos cosas que también tienen que ver con si avanzamos o no en el sentido de un país más democrático e inclusivo: los plebiscitos por la anulación de la ley de impunidad y por el voto epistolar.
EL VOTO EPISTOLAR
El 25 de octubre se plebiscitará una reforma constitucional para habilitar el voto epistolar de los uruguayos que viven en el exterior. Y sin ninguna duda que acá no va a estar en juego el derecho de los uruguayos que hoy residen en el exterior a votar, ya que ese derecho ya está garantizado en la actual Constitución. Nuestra Constitución establece algunos motivos por los cuales se puede perder el derecho al voto, y ninguno de ellos es por residir en el exterior. Hoy en día, cualquier ciudadano uruguayo que viva en el exterior pero que quiera concurrir a votar puede hacerlo. El tema es que no todos están en condiciones de venir, así que de lo que se trata es de facilitar que puedan hacerlo todos en igualdad de condiciones desde su lugar de residencia. Es una batalla más que tiene que ver con el Uruguay democrático e inclusivo que estamos construyendo y que tenemos que hacer los esfuerzos por difundir en medio de la campaña electoral.
TERMINAR CON LA IMPUNIDAD
El otro plebiscito que pone en juego al Uruguay democrático este 25 de octubre, es el que determinará el fin de la impunidad.
La fiesta que vivió el pueblo uruguayo una vez recuperada la democracia en el año 85, no duró mucho. Para aquellos que comenzábamos una vida nueva a partir de los 25 o 26 años, todo era una fiesta. Era la recuperación de la libertad, el retorno a una democracia plena, y el poder recuperar la memoria como pueblo. Era la fiesta democrática en todo su esplendor. Y dábamos por descontado que lo demás iba a ser una consecuencia natural de la plena democracia. Muchos debían explicar los por qué, los como, los cuando, los donde. Teníamos derecho a saber el por qué de tanto odio descargado sobre el pueblo, el por qué tanta muerte inocente. Alguien tenía que explicar como fue que se torturó, quién daba las órdenes, donde se mató y se desapareció, donde estaban esos desaparecidos, y devolverlos al pueblo. No se trataba de revancha, sino de la actuación normal de la justicia como elemento inherente a la democracia. Tan simple pero tan hondo como eso. Sin embargo, lo que sucedió no fue eso sino todo lo contrario. Volvió la amenaza, la presión y el miedo. Y los jueces comenzaron a actuar, pero las citaciones fueron a parar a la caja fuerte de los militares. Y entonces comenzó la vuelta atrás, el retroceso, la agachada. Y la mayoría de dirigentes blancos y colorados comenzó a gestar lo que luego terminaría siendo la oprobiosa ley de impunidad. Aquella democracia que recién terminábamos de festejar, nos daba un golpe bajo. A menos de un año, la democracia que tanto nos había costado recuperar nos propinaba una ley de impunidad y nos expulsaba a uno de los estandartes de la lucha por los derechos humanos como lo fue José Germán Araújo.
Sin embargo, continuamos luchando, papeleta en mano salimos a juntar las firmas para que hubiera referéndum. No fue una lucha sencilla. Pero éramos los mismos que acabábamos de derrotar una dictadura sangrienta, y además teníamos de nuestro lado la razón de la verdad y la justicia, así que la esperanza estaba intacta. Otra vez había que luchar contra el miedo, contra la desinformación y la mentira, contra quienes decían que pregonábamos el odio y se proclamaban pacificadores y perdonadores. Y recorrimos puerta por puerta, y salimos a las ferias y a los sindicatos, nos metimos entre el pueblo. Y conseguimos las firmas, pero perdimos esa batalla. El miedo ganó en las urnas, y la desesperanza en las almas. Y ya nada volvió a ser igual, porque la democracia quedó renga. No se puede caminar bien con una espina clavada en el talón. Y la impunidad era una enorme espina incrustada en la naciente democracia. Con las organizaciones populares malheridas (que no muertas) por la derrota, comenzó la otra fiesta, la del neoliberalismo. Y en su servil obediencia a los dictados imperialistas los sucesivos gobiernos nos propinaron su economía de mercado pero también su “sociedad de mercado”. Perdida la justicia en los caminos de la impunidad, los ciudadanos pasamos a ser vistos desde una lógica mercantil, y se propagaron la exclusión social y la pobreza hasta límites desconocidos. Las consignas pasaron a ser: “hacé la tuya”, y “sálvese quien pueda”. Y también campeó la corrupción. Porque si se puede torturar y matar y desaparecer, y nunca pasar por un juzgado por ello, entonces todo lo demás son paparruchadas. Las dimensiones del retroceso todavía pueden verse.
Pero la lucha por la justicia siguió por vías diferentes. Porfiadamente se siguieron presentando casos a los juzgados y una y mil veces los personeros de la impunidad los archivaban. El artículo cuarto era el instrumento apropiado en las manos apropiadas. Todo lo que podía terminar en aplicación de justicia era considerado incluido en la ley de impunidad. No importa si era el rapto de una extranjera para robarle a su hijo y luego matarla. Todo lo sucedido en dictadura debía ser olvidado, fuera lo que fuera. Pero nuestro pueblo es porfiado, y siguieron presentándose causas. Y surgieron las marchas del 20 de mayo; cada vez con más y más pueblo; cada vez con más y más conciencia. Y la impunidad comenzó a mostrar fisuras. La Comisión para la Paz demostró que se podía, que había que seguir luchando. Conquistamos el gobierno, y hubo avances impensables poco tiempo atrás. Pocos días después de asumir el FA, ya se estaba entrando a los cuarteles y excavando en busca de los desaparecidos. Y ahora el artículo 4º era un instrumento en manos de un gobierno progresista, y lo aplicó debidamente. Y los casos se comenzaron a excluir, y los jueces comenzaron a actuar, y los culpables comenzaron a ir presos, y algunos restos comenzaron a aparecer. Sin embargo, ese no podía ser el punto final. Había que concluir el capítulo de la impunidad, terminar de una vez y para siempre con el oprobio de una ley legalmente inconstitucional y nula, pero además moral y éticamente infame. El pueblo, a través de sus organizaciones sociales y políticas, entendió que era la hora de arrancarle de raíz esta espina que no le permite caminar debidamente a nuestra democracia. Para que la vida democrática sea plena y para cumplir con nuestras conciencias, salimos a juntar las firmas para anular la ley de impunidad. Y ganamos esa batalla, pero nos queda la última. Ahora hay que culminarla el 25 de octubre con un mar de papeletas rosadas. Y no hay que darla por ganada. La lucha continúa hasta el 25 de octubre a la noche. No alcanza con que los sectores del FA encarten la papeleta rosada con las listas, hay que llegar al pueblo blanco y colorado honesto y democrático, con amplitud. A no dormirse.
EL VOTO EPISTOLAR
El 25 de octubre se plebiscitará una reforma constitucional para habilitar el voto epistolar de los uruguayos que viven en el exterior. Y sin ninguna duda que acá no va a estar en juego el derecho de los uruguayos que hoy residen en el exterior a votar, ya que ese derecho ya está garantizado en la actual Constitución. Nuestra Constitución establece algunos motivos por los cuales se puede perder el derecho al voto, y ninguno de ellos es por residir en el exterior. Hoy en día, cualquier ciudadano uruguayo que viva en el exterior pero que quiera concurrir a votar puede hacerlo. El tema es que no todos están en condiciones de venir, así que de lo que se trata es de facilitar que puedan hacerlo todos en igualdad de condiciones desde su lugar de residencia. Es una batalla más que tiene que ver con el Uruguay democrático e inclusivo que estamos construyendo y que tenemos que hacer los esfuerzos por difundir en medio de la campaña electoral.
TERMINAR CON LA IMPUNIDAD
El otro plebiscito que pone en juego al Uruguay democrático este 25 de octubre, es el que determinará el fin de la impunidad.
La fiesta que vivió el pueblo uruguayo una vez recuperada la democracia en el año 85, no duró mucho. Para aquellos que comenzábamos una vida nueva a partir de los 25 o 26 años, todo era una fiesta. Era la recuperación de la libertad, el retorno a una democracia plena, y el poder recuperar la memoria como pueblo. Era la fiesta democrática en todo su esplendor. Y dábamos por descontado que lo demás iba a ser una consecuencia natural de la plena democracia. Muchos debían explicar los por qué, los como, los cuando, los donde. Teníamos derecho a saber el por qué de tanto odio descargado sobre el pueblo, el por qué tanta muerte inocente. Alguien tenía que explicar como fue que se torturó, quién daba las órdenes, donde se mató y se desapareció, donde estaban esos desaparecidos, y devolverlos al pueblo. No se trataba de revancha, sino de la actuación normal de la justicia como elemento inherente a la democracia. Tan simple pero tan hondo como eso. Sin embargo, lo que sucedió no fue eso sino todo lo contrario. Volvió la amenaza, la presión y el miedo. Y los jueces comenzaron a actuar, pero las citaciones fueron a parar a la caja fuerte de los militares. Y entonces comenzó la vuelta atrás, el retroceso, la agachada. Y la mayoría de dirigentes blancos y colorados comenzó a gestar lo que luego terminaría siendo la oprobiosa ley de impunidad. Aquella democracia que recién terminábamos de festejar, nos daba un golpe bajo. A menos de un año, la democracia que tanto nos había costado recuperar nos propinaba una ley de impunidad y nos expulsaba a uno de los estandartes de la lucha por los derechos humanos como lo fue José Germán Araújo.
Sin embargo, continuamos luchando, papeleta en mano salimos a juntar las firmas para que hubiera referéndum. No fue una lucha sencilla. Pero éramos los mismos que acabábamos de derrotar una dictadura sangrienta, y además teníamos de nuestro lado la razón de la verdad y la justicia, así que la esperanza estaba intacta. Otra vez había que luchar contra el miedo, contra la desinformación y la mentira, contra quienes decían que pregonábamos el odio y se proclamaban pacificadores y perdonadores. Y recorrimos puerta por puerta, y salimos a las ferias y a los sindicatos, nos metimos entre el pueblo. Y conseguimos las firmas, pero perdimos esa batalla. El miedo ganó en las urnas, y la desesperanza en las almas. Y ya nada volvió a ser igual, porque la democracia quedó renga. No se puede caminar bien con una espina clavada en el talón. Y la impunidad era una enorme espina incrustada en la naciente democracia. Con las organizaciones populares malheridas (que no muertas) por la derrota, comenzó la otra fiesta, la del neoliberalismo. Y en su servil obediencia a los dictados imperialistas los sucesivos gobiernos nos propinaron su economía de mercado pero también su “sociedad de mercado”. Perdida la justicia en los caminos de la impunidad, los ciudadanos pasamos a ser vistos desde una lógica mercantil, y se propagaron la exclusión social y la pobreza hasta límites desconocidos. Las consignas pasaron a ser: “hacé la tuya”, y “sálvese quien pueda”. Y también campeó la corrupción. Porque si se puede torturar y matar y desaparecer, y nunca pasar por un juzgado por ello, entonces todo lo demás son paparruchadas. Las dimensiones del retroceso todavía pueden verse.
Pero la lucha por la justicia siguió por vías diferentes. Porfiadamente se siguieron presentando casos a los juzgados y una y mil veces los personeros de la impunidad los archivaban. El artículo cuarto era el instrumento apropiado en las manos apropiadas. Todo lo que podía terminar en aplicación de justicia era considerado incluido en la ley de impunidad. No importa si era el rapto de una extranjera para robarle a su hijo y luego matarla. Todo lo sucedido en dictadura debía ser olvidado, fuera lo que fuera. Pero nuestro pueblo es porfiado, y siguieron presentándose causas. Y surgieron las marchas del 20 de mayo; cada vez con más y más pueblo; cada vez con más y más conciencia. Y la impunidad comenzó a mostrar fisuras. La Comisión para la Paz demostró que se podía, que había que seguir luchando. Conquistamos el gobierno, y hubo avances impensables poco tiempo atrás. Pocos días después de asumir el FA, ya se estaba entrando a los cuarteles y excavando en busca de los desaparecidos. Y ahora el artículo 4º era un instrumento en manos de un gobierno progresista, y lo aplicó debidamente. Y los casos se comenzaron a excluir, y los jueces comenzaron a actuar, y los culpables comenzaron a ir presos, y algunos restos comenzaron a aparecer. Sin embargo, ese no podía ser el punto final. Había que concluir el capítulo de la impunidad, terminar de una vez y para siempre con el oprobio de una ley legalmente inconstitucional y nula, pero además moral y éticamente infame. El pueblo, a través de sus organizaciones sociales y políticas, entendió que era la hora de arrancarle de raíz esta espina que no le permite caminar debidamente a nuestra democracia. Para que la vida democrática sea plena y para cumplir con nuestras conciencias, salimos a juntar las firmas para anular la ley de impunidad. Y ganamos esa batalla, pero nos queda la última. Ahora hay que culminarla el 25 de octubre con un mar de papeletas rosadas. Y no hay que darla por ganada. La lucha continúa hasta el 25 de octubre a la noche. No alcanza con que los sectores del FA encarten la papeleta rosada con las listas, hay que llegar al pueblo blanco y colorado honesto y democrático, con amplitud. A no dormirse.
Comentarios