MI DECEPCIÓN (reflexiones en voz alta)
Casi seis meses después de haber dejado de escribir, vuelvo a las andadas. Esta vez para hacer algunas reflexiones, tal vez sin mayor interés para nadie, pero uno también puede escribir para sacarse las ganas, así que aquí voy.
Mi acercamiento
a la política comenzó por la militancia en el gremio estudiantil. El golpe de
estado había sido perpetrado cuando apenas tenía 15 años. Yo era por ese
entonces un adolescente de un pueblo muy conservador del interior del país,
hijo de padre colorado y madre nacionalista (votantes, no militantes). Dejé de
estudiar en cuarto año de liceo (ya viviendo en Montevideo) y me reenganché con
los estudios unos 8 años después, en el nocturno. Se estaba formando la ASCEEP,
y me acerqué a ver de que se trataba, terminando luego de delegado de mi clase
y militando activamente.
Creo que se
trata de una cuestión de sensibilidad, al menos a mi me pasó así. Uno se
interesa por los asuntos sociales y comienza a participar, y luego, por una cuestión
de afinidad con otros, termina ubicándose en determinado lugar del espectro
político. Fue un tiempo después de estar militando en ASCEEP que supe que
muchos de los compañeros con quienes coincidía en las apreciaciones y en el diagnóstico
de lo que vivía el sistema educativo y el país en su conjunto, eran
frenteamplistas. Y fue por ese entonces (fines de los 70, comienzos de los 80)
que me hice frenteamplista. Mi primer acción militante por el FA, en dictadura,
fue colgar banderas en los cables del alumbrado en un aniversario, un 25 de
marzo a la noche. Atábamos las banderas con unas piolas a unas papas, y las tirábamos
cual boleadoras. El 26 de marzo apareció el barrio embanderado con las
banderitas roja, azul y blanca.
Vuelvo a
repetir: no era algo racional, producto de sesudas reflexiones sobre los
caminos para generar los grandes cambios en el país. Estábamos en dictadura, y
ni siquiera tenía acceso a material impreso para estudiar lo que había pasado
antes y que yo ignoraba por completo. Eso vino después, cuando la apertura que
forzó el pueblo uruguayo me permitió estudiar y conocer los procesos políticos
que habían llevado a la dictadura, y las diferentes propuestas para
enfrentarla, derrotarla y comenzar a construir los cambios. Ahí me hice
frenteamplista por convicción profunda, y luego comunista.
SER DE IZQUIERDA
Silvio Rodríguez
es músico y poeta, pero suele tener opiniones políticas certeras. En un
comentario a una entrada de su blog “Segunda cita”, Silvio escribió algunas ideas
que me parecen interesantes: “La
izquierda se identifica (y falta mucho para que eso cambie) por el
antiimperialismo. No todo el antiimperialismo pudiera ser de izquierda, pero
para ser de izquierda es imprescindible ser antiimperialista. Para mi eso es
básico. Y eso no quiere decir antinorteamericano ni anti Estados Unidos. Eso
quiere decir en contra de las políticas imperiales hegemónicas de dominación
global y regional”.
Coincido con
Silvio. Creo que ese –el antiimperialismo- fue el elemento que me hizo sentir
por primera vez de izquierda. Se podía tener un proyecto para el país, un
modelo de sociedad a construir, eso era necesario e importante, pero eso no
diferenciaba a un ciudadano de derecha de uno de izquierda. Era también
importante la sensibilidad social y la opción por los más desamparados, claro,
como dice Frei Betto: “Ser de izquierda
es, desde que esa clasificación surgió con la Revolución Francesa, optar por
los pobres, indignarse ante la exclusión social, inconformarse con toda forma
de injusticia o, como decía Bobbio, considerar una aberración la desigualdad
social”. Pero me constaba que a muchos blancos y colorados les indignaba la
exclusión social, y les parecía una aberración la desigualdad. Eso no era
patrimonio exclusivo de los militantes de izquierda.
Cuando leí “Las
venas abiertas de América Latina”, comprendí que allí estaba lo esencial, que
quien comprendía el papel del imperialismo comprendía el meollo de la cuestión,
y si lo comprendía y se disponía a luchar contra eso, entonces uno era de
izquierda definitivamente.
Digamos que eso
terminaba de conformarme como un sujeto de izquierda. Más adelante vendría el
conocimiento del marxismo y del materialismo dialéctico, como herramientas
indispensables para conocer la realidad e intentar transformarla.
Pero luego le
fui incorporando otros elementos, tal vez más personales, no lo se. Tal vez
tenga que ver con toda la prédica y la práctica de revolucionarios concretos
que me hicieron (y me hacen) sentir orgullo de ser de izquierda, como el Che y
Fidel. Y entonces para mí, ser de izquierda es también actuar en política de
una forma congruente con mis ideales, es actuar de una forma incorruptible y
sobre bases de un gran contenido moral (tal vez sea aquello del “hombre nuevo”).
De lo que hablo es de la praxis, y de su necesaria congruencia con la teoría.
No se puede ser
de izquierda en teoría, o de forma simbólica, no se es de izquierda por
pertenecer a un determinado partido o grupo específico, o por el sólo hecho de
conocer la realidad de los marginados e indignarse ante ella, debe ser una
praxis constante y concordante con lo que se dice. Más que una posición, ser de izquierda para
mi, es actuar conforme a lo que se sostiene en la palabra, el discurso o la
teoría, ser congruente y practicar lo que se piensa y se dice.
ENTONCES
Por lo tanto,
como queda dicho, me hice de izquierda, me afilié al Partido Comunista, y milité
fundamentalmente, en los primeros años, en el movimiento sindical. Luego
vendría la militancia en el Frente Amplio, ya en el siglo XXI.
Fui secretario
de propaganda de mi Comité, escribía el boletín y manejaba el blog del mismo.
Fui delegado a la Coordinadora, y delegado de la Coordinadora en la Mesa
Política Departamental, fui integrante del Plenario Departamental, fui edil
local y edil departamental, participé como delegado en dos Congresos del FA, integré
la Comisión de Derechos Humanos de mi Coordinadora con la que llevamos a cabo
una enorme campaña para la recolección de firmas para el Plebiscito contra la
ley de impunidad, etc., lo que significó muchas horas, días, meses, años de
militancia por una causa que consideraba justa y valedera, por la posibilidad
de ver concretados los sueños en un gobierno del FA. Todo esto, mientras además
militaba en mi Partido, claro, en donde ocupé diferentes responsabilidades, tanto
en mi Seccional como en la Departamental, llegando incluso a integrar el Comité
Central.
Una de mis
tantas tareas desde hace años, fue escribir en el semanario EL POPULAR. Quienes
me hayan seguido en todos estos años, saben que siempre escribí con espíritu crítico.
Nunca me sentí oficialista, y eso es algo que he discutido con muchos
compañeros. Me han dicho: “ahora estamos en el gobierno, ahora somos
oficialistas”. Y si por oficialista se entiende defender todo lo que venga del
gobierno por la única y exclusiva razón de que es nuestro gobierno, yo no fui
(y nunca podría serlo) oficialista. Tal vez me equivoque, pero yo defiendo lo
que está bien, y critico lo que está mal, para modificarlo. No conozco otra
forma de trabajar para corregir lo que está mal que señalándolo, haciéndolo
patente, haciéndoselo ver a quienes lo están haciendo mal y a otros para que
juntos lo modifiquemos. Y esa fue mi actitud al escribir. Escribí muchos
artículos señalando los logros del gobierno del FA, y también muchos (tal vez
la mayoría) opinando sobre lo que estaba mal, y señalando lo que para mi (y para
mi Partido) era el rumbo a tomar.
No me arrepiento
de lo dicho en ninguno de ellos. Tal vez en muchos pequé de demasiado
optimismo. Pero debo ser sincero: no tenía demasiadas expectativas con el
primer gobierno del FA. Era consciente de que el país había tocado fondo, y que
iba a costar mucho sacarlo del pozo. Confiaba si en nuestra gente, en las ganas
de poner en marcha el camino hacia los sueños que todos habíamos acariciado por
tantos años, en los proyectos que habían llevado al sacrificio a tantos miles y
miles de compañeros, a los que habían pasado por la cárcel, o el exilio, a los
que habían muerto (o no) en la tortura, a los que simplemente habían militado
por un ideal de justicia social y de transformaciones profundas. Repito, no
esperaba que los sueños se concretaran en un primer gobierno del FA (hubiese
sido una estupidez esperarlo). Pero esperaba si conductas que mostraran que
había otra forma de hacer política, que la moral y la ética eran elementos que
tenían que ir asociados necesariamente a un proyecto de izquierda. Esperaba que
se demostrara al país y al mundo que se podía hacer un discurso en campaña
electoral, que se podía presentar a la ciudadanía un programa y luego actuar en
consecuencia. Veníamos de un gobierno de Jorge Batlle que había dicho en la
campaña electoral que no se podían poner más impuestos, que “es al revés, si usted pone más impuestos
recauda menos”, y que había comenzado su gestión con un tremendo ajuste
fiscal. Y esperaba señales de que se emprendía un camino nuevo, alejado de los
anteriores, radicalmente diferente, aunque los resultados fueran a largo plazo.
Pero no fue lo
que vi. El primer año, del primer gobierno frenteamplista, fue el primer
llamado que me hizo la realidad, fue el despertar del sueño, no obstante lo
cual, resistí bastante, y dí una dura lucha por cambiar lo que veía.
(CONTINUARÁ)
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