LA ALTERNANCIA EN EL GOBIERNO
Desde hace bastante tiempo se oyen voces de compañeros que entienden que el Frente Amplio se debe una discusión ideológica profunda, y nosotros estamos de acuerdo. No rehuimos la discusión, y creemos además que ese debate debe ser permanente.
Uno de esos temas de orden ideológico que ha estado presente últimamente, es el de la “alternancia en el gobierno”.
Y el razonamiento expuesto parece ser el siguiente: hay determinados valores que son inherentes a la democracia, como la justicia y la libertad, que no admiten jerarquías, esto es, no se puede hacer justicia sin libertad. La convivencia democrática se defiende como un fin en sí mismo, y esos valores son del mismo nivel de jerarquía. No existen unos sin los otros, y segundo: no dependen de las circunstancias, son fines en sí mismos.
Admitido esto, los frenteamplistas asumimos que somos parte de este sistema político, no venimos de afuera. Y como somos parte del sistema político, no tenemos enemigos en el sistema político, tenemos adversarios que piensan distinto a nosotros, y que en el gobierno actúan de una forma diferente a nosotros. Esa sería la única diferencia, y junto a ellos componemos el sistema democrático de Uruguay y por lo tanto, creemos en la alternancia de los partidos en el poder. Hoy estamos nosotros en el gobierno, y mañana están ellos.
Obviamente no es posible agotar el tema en una nota, pero queremos al menos dejar dichas algunas cosas.
EL CONTEXTO
Los pueblos adoptan formas de organización y de vida que mas tienen que ver con la base material y con las circunstancias históricas concretas y menos con su carácter intrínseco o con valores inmutables. Por poner algunos ejemplos, digamos que Palestina ha sido y es una tierra de cruce de culturas, y que los dos pueblos, palestino y hebreo, son semitas. Sus religiones, judaísmo e Islam, son comunes. Han ocupado el territorio como Estados en períodos diferentes, pero en circunstancias muy diversas y que no tienen similitud con la actualidad, y ha habido épocas de convivencia mutua. Los pueblos se muestran hostiles con los demás, debido a las circunstancias históricas concretas y no al carácter intrínseco de esos pueblos. Cuba ha tenido que vivir de una manera que seguramente no eligió, y no se puede juzgar su modelo sin tener en cuenta la circunstancia histórica que le ha tocado vivir desde el triunfo de la Revolución, sin tener en cuenta la cercanía geográfica con los EEUU y el hecho mismo del bloqueo a que ha sido sometida durante todos estos años.
Decir que La convivencia democrática se defiende como un fin en sí mismo y que no depende de las circunstancias, es desconocer que no siempre es así, y que muchas veces para defender la democracia, la libertad y la justicia, los pueblos se ven obligados a adoptar medidas que no quisieran. Aplicar ese concepto a rajatabla, sin duda que deja por fuera de la calificación de democráticos a muchos países y pueblos. Muchos de quienes afirman que los conceptos de “libertad”, “democracia”, “justicia”, no dependen de las circunstancias, se negarían por ejemplo a calificar a los EEUU como un país no democrático. Sin embargo, la Ley Patriota (en inglés USA PATRIOT Act), fue aprobada por una abrumadora mayoría tanto por la cámara de representantes como por el senado estadounidense después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, con el objetivo declarado de ampliar la capacidad de control del Estado en aras de combatir el terrorismo (esto es, obligados por las circunstancias). La Ley Patriótica ha sido duramente criticada por diversos organismos y organizaciones de derechos humanos, debido a la restricción de libertades y garantías constitucionales que ha supuesto para los ciudadanos, tanto estadounidenses como extranjeros.
EL SISTEMA POLITICO
Pero aún si aceptáramos que esos son valores que no dependen de las circunstancias, es más difícil aún sostener que admitirlo supone formar parte de un sistema político que, en su conjunto, lo acepta, y que por tanto no hay enemigos en él, y solo adversarios que piensan y actúan diferente. Decir algo así, supone –además de saltearse sin más el tema de la lucha de clases- al menos cierto grado de amnesia, ya que no hace tantos años que muchos actores de ese sistema político recurrieron sin tapujos a una dictadura como forma de imponer una determinada política económica y social.
Al iniciar el primer capítulo del Manifiesto Comunista se señala que “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días -exceptuando el régimen de la comunidad primitiva- es la historia de la lucha de clases”; esta hipótesis que fue señalada en 1848 por Marx y Engels no es una frase descabellada y fuera de vigencia como mucho ideólogos posmodernistas, socialdemócratas y revisionistas pretenden, sino que es una realidad, y su vigencia se acentúa cada vez más. La lucha entre explotados y explotadores, dominados y dominantes, es inherente a todas las sociedades en las que existe la división de clases sociales, y lo que existe entre las diferentes clases es un antagonismo de intereses, no una mera “forma de pensar” diferente. Es un tremendo error reducir las diferencias de clase a diferencias ideológicas y presentar la sociedad, no como una sociedad dividida en clases, sino como un conjunto de ciudadanos que piensan y actúan de formas diferentes. Es lo que Marx expresaba en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: “El carácter peculiar de la socialdemocracia se resume en el hecho de exigir instituciones democrático-republicanas, no para abolir a la par los dos extremos, capital y trabajo, sino para atenuar su antítesis y convertirla en armonía”. O de esta otra manera: “No vaya nadie a formarse la idea limitada de que la pequeña burguesía quiere imponer, por principio, un interés egoísta de clase. Ella cree, por el contrario, que las condiciones especiales de su emancipación son las condiciones generales fuera de las cuales no puede ser salvada la sociedad moderna y evitarse la lucha de clases”.
LAS BONDADES DE LA ALTERNANCIA
Quienes sostienen que la alternancia en el poder (en realidad es en el gobierno) es consustancial a la democracia, se saltean cuestiones nada menores. En primer lugar, que la alternancia no es ajena a los gobiernos dictatoriales o autoritarios. El ejemplo uruguayo es claro; no encontraremos a nadie capaz de sostener que la alternancia Jorge Pacheco Areco-Juan María Bordaberry-Alberto Demicheli-Aparicio Méndez-Gregorio Alvarez fue una demostración de vitalidad democrática. Y al contrario, muchas de las democracias consideradas exitosas en el mundo, muestran cierta estabilidad de un partido en el gobierno. Noruega cuenta con un predominio socialdemócrata entre los años 1945 y 1977, con apenas una derrota en 1965, y Suecia muestra la permanencia de un solo partido que comienza en 1932 y solo tiene un traspié en 1976, por poner solo dos ejemplos.
En el caso de Estados Unidos, se puede constatar que desde 1861 hay, más que alternancia en el gobierno, largos períodos de permanencia de un solo partido. Desde Lincoln hasta Franklin D. Roosevelt los republicanos ocuparon 14 presidencias y los demócratas solo 5. Desde 1933 hasta Nixon en 1968, los demócratas ganaron siempre, salvo el gobierno de Eisenhower que no era ni republicano ni demócrata.
Pero las preguntas son: ¿la renovación política, la alternancia en el gobierno, son consustanciales a la democracia? si falta la alternancia, ¿falta la democracia? Quienes sostienen que es así, no se atreverían a calificar de no democráticos a los países que pusimos como ejemplos. Desde nuestro punto de vista, no hay ningún elemento que pueda llevar a la conclusión de que democracia y alternancia sean sustancialmente coincidentes. Muy por el contrario, y a partir de los ejemplos mencionados más arriba, es posible sostener lo contrario: puede haber alternancia sin democracia, y puede haber democracia sin alternancia. Si la alternancia en el poder no es un fenómeno exclusivo de la democracia, entonces cuando ocurre una renovación política no necesariamente es prueba de la calidad democrática de ese régimen político. En un sistema político basado en elecciones, puede ocurrir obviamente que exista una alternancia de partidos o personas en el gobierno, pero para que ese sistema político sea considerado democrático, es necesario analizar otras cosas que no tienen que ver con la alternancia.
La alternancia no es condición suficiente para hablar de democracia, y ni siquiera es condición necesaria. Hay otras condiciones previas que exigen ser satisfechas para que exista democracia. Es necesario asegurar la igualdad de todos los ciudadanos en el goce de todos los derechos, y no solo a la libertad sino a los más elementales derechos sociales como a la salud, a la educación, a la vivienda, etc. Y es necesario que los mecanismos políticos, las reglas de juego, estén estructuradas de tal manera que aseguren que las decisiones políticas se tomen con el máximo de participación social, con el máximo posible de consenso y con el mínimo de imposición, y que sean el resultado de un asunto en el cual participan y controlan los mismos ciudadanos. Si estas condiciones no se dan, puede haber alternancia, pero será una alternancia sin democracia.
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