NO ES DEL CHANCHO (publicado esta semana en Semanario VOCES)
Desde
que Chávez llegó al gobierno, se ha intentado voltear al chavismo
por los métodos más diversos, incluido un golpe de estado (de los
de verdad). Y quienes han estado detrás de estos intentos son los
conocidos de siempre: los que despojaron a México de buena parte de
sus más ricas tierras, los que han invadido un día sí y otro
también su patio trasero cuando ya los otros métodos no surten
efecto, los que han tirado abajo gobiernos electos por los pueblos e
instalado títeres a su antojo, los que hicieron “crujir la
economía” del Chile de Allende y luego lo asesinaron a él y a su
pueblo, etc.
El
premio Nobel de la Paz, Barack Obama, lo dijo impúdicamente el año
pasado: “tenemos el ejército más fuerte del mundo y en
ocasiones tenemos que torcer el brazo a los países si no quieren
hacer lo que queremos a través métodos económicos, diplomáticos
y a veces militares”. Y
sabemos que antes de decir eso había calificado a Venezuela
como un “peligro para EE.UU.”
Venezuela
ha
estado
sometida a una
campaña nacional e internacional en
su contra desde hace años, y en ella participan agencias
internacionales de prensa, cadenas de radios y TV., no
solo en nuestra América sino también en
Europa. A
diario acusan
al gobierno del presidente Maduro de las dificultades económicas que
ellos
mismos provocan;
una
guerra
económica llevada
a cabo por el
poder económico venezolano, a
lo que se agrega la inducida baja del precio internacional del
petróleo.
Al
pueblo venezolano, y al mundo entero se lo desinforma y se le oculta
los gigantescos logros sociales y estructurales, de los gobiernos
bolivarianos, de Chávez y de Maduro. Por
eso defender a Venezuela es defender la dignidad. Y no se debe
confundir con defender a Maduro. La democracia participativa y
protagónica, las formas novedosas de propiedad, la garantía
irrestricta a los derechos humanos, los derechos sociales y políticos
que allí se establecen, hicieron de la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela una hoja de ruta de la que nunca se alejó
el presidente Chávez. Esa Constitución expresó un proyecto
-perfectible por cierto, pero emancipador-. Se trataba del sueño de
completar la independencia política, de alcanzar la soberanía
económica y de construir la justicia social. Una revolución
política en un marco democrático.
Hoy
ese proyecto está agonizando. Pero analizar el bochornoso episodio
protagonizado por Maduro y Almagro desde el ángulo de quien tiene
razón, de si uno es traidor o si los dos o si ninguno no tiene
sentido. Sería quedarse en la anécdota, ver el árbol e ignorar el
bosque que está detrás y que para peor se está incendiando. Ambos
son ejemplares patéticos de los estertores de una izquierda que
derivó en progresismo y que fue perdiendo prendas en el camino para
llegar a esta cosa amorfa que es hoy en la mayoría de los países
de la región.
Almagro
es un ex ministro del gobierno mujiquista y que como tantos otros no
era un militante del FA sino un amigo del presidente. El día que
asumió
como canciller, un periodista le pregunto que opinaba de un posible
TLC con los EEUU, y Almagro le respondió que no tenía ningún
preconcepto al respecto y que estaba dispuesto
a analizarlo. Ni siquiera había leído el programa del FA, que
expresamente rechazaba este tipo de acuerdos; o lo había leído y le
importaba un
carajo
(cosa
que también
es posible ya que es algo común entre la dirigencia progresista).
Ni lo intentó (al menos no lo sabemos), pero nos metió de cabeza en
el TISA.
Ahora bien, decir que estas son cosas de traidores, es
ignorar que detrás hay una fuerza política que se calló la boca en
su momento ante estas cosas, que las toleró y que luego lo premió
con una candidatura a la OEA. Igual que se premió a quien pidió
ayuda a Bush con una nueva presidencia, o a quienes fueron a evitar
que se anulara la ley de impunidad (Astori, Mujica) con un nuevo ministerio de
economía o con una banca en el senado.
Estos
personajes surgen, dirigen, ascienden y gobiernan porque hay partidos
que los cobijan, dirigentes que los toleran porque aportan votos, y
pueblo que los vota y los aplaude. Un dirigente político miente
descaradamente acerca de un título que soñó tener y su fuerza
política lo protege y o aplaude mientras al pueblo le importa un
comino.
La
culpa no es del chancho.
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