¿RENTABILIDAD O MUERTE? (artículo de Andrés Figari)

El tema del agua potable y la contaminación de las cuencas del río Santa Lucía y de la  laguna del Sauce, pone sobre la mesa un problema que trasciende largamente la cuestión de la “potabilización” tal como lo reconoció la Ministra del ramo.  Porque a decir verdad, OSE tiene que enfrentar algo cuyas causas se deben rastrear más allá del ocasional mal sabor y de la presencia de “cianobacterias”: las consecuencias del modelo de producción agropecuario dominante en el país.
Arrojar sobre el territorio nacional toneladas de fertilizantes químicos y de pesticidas durante decenas de años y pretender que eso no tuviera consecuencias significativas sobre el medio ambiente (tierra, flora, fauna, cursos de agua) y a la postre sobre la gente, es tan ilusorio como suponer que se puede quemar combustibles fósiles indefinidamente. Esto significa que si realmente se desea solucionar lo que se ha llamado el “problema del agua”  hay que empezar a pensar no tanto en cual es el filtro adecuado, sino cual debería ser el modelo de producción que no suponga como condición “sine qua non” el uso masivo de contaminantes químicos.
El problema no es sencillo porque en realidad no se trata de un problema puramente “técnico”.  El uso de agroquímicos (agro tóxicos en muchos casos) está ligado a técnicas de producción agrícolas cuya finalidad no es -como prima facie pudiera parecer- la producción de alimentos,  sino de dinero que se obtiene por su venta.  Esto conviene tenerlo claro, la inmensa mayoría de los bienes que provienen del sector rural no han sido producidos para ser consumidos por quien los ha producido, sino con la finalidad de obtener una ganancia al ser transados fuera del sector. Esa finalidad impone una lógica de hierro; la mejor tecnología será la que permita producir lo máximo con lo mínimo, o dicho de otra manera, la que más reduzca el costo de cada unidad producida.  Si fertilizar con sintéticos es más barato y rinde más que el abono orgánico, el productor-empresario que se orienta al mercado, preferirá el primero al segundo independientemente de las repercusiones que pudiera tener sobre los cursos de agua.  Al fin y al cabo este tipo de empresario está sometido a la misma lógica y a las mismas leyes del mercado que sus colegas y competidores dentro y fuera del sector: el que no crece perece y el que produce más barato tiene una ventaja.
Esto significa que mientras el territorio nacional permanezca en las manos de algunos agentes privados que lo utilicen como recurso para producir “rentas”, las técnicas susceptibles de ser utilizadas serán aquellas y solo aquellas que resulten compatibles con ese objetivo. El problema se genera cuando el interés del agente privado por obtener su renta, entra en contradicción con los intereses de todos aquellos que no se benefician directamente y hasta eventualmente se pueden ver perjudicados, tal como ha ocurrido.
En ese caso, es el “superior gobierno” el que debe determinar hasta donde el interés público y el privado coinciden y hasta donde no.  Hasta el presente todos los gobiernos han entendido que la maximización de la ganancia por parte de algunos particulares no solo no colide con el superior “interés general” sino que son uno solo y lo mismo y como consecuencia no se ha legislado contra del uso masivo de agroquímicos.  Se ha entendido que son preferibles las ganancias que algunos privados y el Estado obtienen para reproducir sus respectivas esferas,  que las consecuencias medioambientales que el “agronegocio” conlleva.
Y este es el quid del asunto que se debe examinar; 1) hasta cuándo puede perdurar una Sociedad cuya reproducción está atada a la lógica de la reproducción del capital agrario (si las vacas y la soya no se venden es una tragedia nacional porque “perdemos todos”) y 2) hasta cuándo puede sobrevivir una Sociedad cuya reproducción supone la permanente degradación del medio natural en el que lo hace. Hasta ahora y gracias a los beneficios que en algunos aspectos trae aparejado el “subdesarrollo” lo hemos logrado; en el futuro y a la luz de los últimos acontecimientos no es tan seguro.
Se podrá decir que esta es una visión excesivamente pesimista; que en algunos años seguramente se podrá contar con técnicas rentables y amigables con el medio ambiente; que se habrá logrado producir sin fertilizantes químicos ni glifosato; que se conseguirán escalas y formas de producción que harán superfluos a la inmensa mayoría de los agricultores; pues bien si eso ocurre –cosa que dudo- ojalá  sobrevivan muchos para disfrutarlo, mientras tanto parece prudente reflexionar sobre otras alternativas.
Andrés Figari Neves 
20-04-2015

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