YO LE HICE EL JUEGO A BOLSONARO




Hay quienes sostienen que criticar a un gobierno de izquierda es lisa y llanamente hacerle el juego a la derecha. No admiten ningún tipo de crítica, y defienden a quienes consideran “los suyos” tal como defiende la mafia a “la familia”.
Pues lo confieso: me cuento entre quienes han venido criticando desde hace ya mucho tiempo al gobierno del PT y a Lula. Y como es sabido que la gran mayoría de los brasileños me leen, el resultado está a la vista: Bolsonaro será el próximo presidente del Brasil.

Algunos pastos que di a las fieras

En abril de 2010 escribía lo siguiente: 
 
El nuevo presidente del PT, Eduardo José Dutra (ex senador y ex presidente de Petrobrás) fue elegido por el voto directo de unos 500 mil afiliados. No es poca cosa, pero hay que recordar que en 1989, cuando Lula disputó por primera vez la presidencia del Brasil, el PT tenía unos 800 mil afiliados, sobre una población de 150 millones (hoy son más de 190 millones)”.
Es decir, hace ya ocho años se me ocurrió observar que el PT, luego de 8 años de gobierno estaba perdiendo apoyo dentro mismo de su propia base. En 8 años había bajado sus afiliados a la mitad en proporción a la población. Y por otra parte estaba perdiendo a muchos de sus principales líderes, fundadores del PT.
En comparación, el Partido Socialista Unido de Venezuela, contaba en ese entonces con más de siete millones de afiliados (Venezuela tiene unos 28 millones de habitantes), y un casco permanente de alrededor de un millón y medio de militantes. 
 
Mencionaba hace 8 años lo que decía Luis Bilbao (otro que le hacía el juego a la derecha): “Dos períodos de gobierno petista en Brasil significaron un salto adelante en la historia de los de abajo. Sus logros sólo pueden ser desconocidos por ideólogos de la reacción. No obstante, al cabo de ocho años, aparte de no haber resuelto innumerables problemas básicos, el PT no fortaleció la estructura partidaria, no desarrolló un proceso de organización de masas con ejercicio concreto del poder, no ganó más espacio social en capas explotadas y oprimidas y, en consecuencia, no cuenta seguro siquiera el voto de la masa beneficiada por su gobierno”.

Escribía yo por esos días, luego de destacar los indudables logros de los gobiernos del PT: “como contracara, entre otras cosas, luego de 30 años de vida del PT, ya no se percibe en su seno la abrumadora presencia obrera, sindical y juvenil de sus comienzos. Hoy en día, casi todas las empresas consultoras señalan algo que resulta impactante para todo el mundo: más del 80% de la población brasileña respalda a Lula. Algunos señalan que hasta ahora, en el mundo Brasil era sinónimo de Pelé; ahora el símbolo nacional es Lula. Pero la misma opinión pública (sin distinción de clases) que pone por el cielo la figura de Lula, denuesta al PT, lo cual constituye una carga demasiado peligrosa y pesada en la próxima campaña electoral. De hecho, la candidata del PT, Dilma Rouseff (una ex militante del socialdemócrata PDT de Leonel Brizola) cuenta con el 25% de aceptación, según las encuestas, 10 puntos por debajo de José Serra, el candidato del PSDB. No estamos diciendo que las elecciones estén perdidas”.

Por cierto, Dilma ganó las elecciones gracias a su alianza con la derecha de Temer y cía. Y así le fue.
Esa ha sido otra característica de los gobiernos progresistas, el lavantamiento de liderazgos personales, más allá de programas o proyectos. 
 
Señalaba por ese entonces:
Michelle Bachelet entregó el mando a Sebastián Piñera con una popularidad de 84%. Pero luego de 20 años de gobierno progresista, la inmensa mayoría de los chilenos (46%) no simpatiza con ningún partido: un 26% simpatizaba con la Concertación, un 18% con la Alianza, y un 7% con la izquierda extraparlamentaria. Uno de cada cuatro chilenos no se identifica ideológicamente (38%): es decir, no sabe si es de derecha, centro o izquierda. Pero eso no es lo más grave. Las cifras de participación dicen mucho más. Chile es una democracia peculiar: si no te registras en el censo, no votas. De algo más de doce millones de potenciales votantes, sólo se inscribieron 7.145.485; menos que los inscritos para el plebiscito de 1988 (7.251.930). El censo lleva estancado veinte años. Si miramos a la juventud: ¡sólo un 19% de jóvenes hasta los 34 años se registró para votar!”
Lo mismo decía de Tabaré Vázquez: “Al finalizar el mandato de Tabaré Vázquez, su popularidad ascendió al 80%, la mayor con la que culmina su gestión un gobernante uruguayo desde que existen estudios estadísticos. Y sin embargo, a pesar de esos avances y de la popularidad del presidente, el Frente Amplio no pudo obtener el triunfo en primera vuelta, y descendió su votación con respecto al 2005”.
Y traía a colación lo que decía otra que le hace el juego a la derecha, María Luisa Battegazzore: “Lo que aquí interesa es que el peso del elemento personal aumenta en razón directa a la devaluación de lo colectivo y de lo programático. Quién lo hará importa más en la medida que se percibe menos claro, definido y firme el qué se hará.”

Y hace dos años escribía lo siguiente: 
 
Lo que ha venido ocurriendo desde mediados de 2015 hasta ahora ha mostrado la caída lenta pero sin pausa de los progresismos de la región, presagiando tal vez el fin de una “era progresista”.
Algunos analistas apostaban a la continuidad del gobierno Kirchnerista con una victoria de Scioli en Argentina, un triunfo de los candidatos del PSUV y del Gran Polo Patriótico en las elecciones legislativas venezolanas, y a una consolidación del gobierno de Dilma en Brasil.
Nada de esto sucedió, como es público y notorio, sino todo lo contrario. En Argentina triunfó la derecha macrista, en Venezuela la oposición obtuvo la mayoría, y en Brasil el PT perdió el gobierno al ser destituida Dilma en medio de un gran escándalo de corrupción del que no se salva nadie”.

RESPONSABILIDADES

Y en mi desenfrenado juego a la derecha señalé responsabilidades:

Ahora bien, la derecha hace su juego, y está en todo su derecho. Las responsabilidades por las derrotas electorales o institucionales ya ocurridas y por venir, son de las élites progresistas.
En Brasil, es en donde se ha producido el debate más a fondo sobre los años de gobiernos del PT, encabezados por Lula y por Dilma, y es sin duda el más importante a analizar por su proyección global y porque representa -en términos de población y de producción- más de la mitad de la región.
El PT surgió como producto de ex guerrrilleros, sindicalistas, comunidades eclesiales de base, etc, llegó a ser el mayor partido de izquierda de América Latina e impulsó los foros sociales como el de Sao Paulo.
El filósofo Paulo Arantes, referente de esos debates, sostuvo que el país y la izquierda están exhaustos: “Agotamos por depredación extractivista el inmenso reservorio de energía política y social almacenada a lo largo de todo el proceso de salida de la dictadura”.
Y esa reflexión de Arantes tal vez sea más que válida para muchos de los procesos de los que hablamos, en donde el mayor pecado es haber desperdiciado esa enorme energía social y política que llevó décadas de construcción paciente y permanente.
Como afirma este filósofo brasileño, la energía agotada es de carácter ético, un deterioro social jamás visto, y la resume en «el derecho de los pobres al dinero», lo cual es en su opinión la clave del fin de este ciclo. La izquierda que siempre había priorizado la dignidad de los trabajadores como clase, aparece ahora con una gama de preocupaciones que se centran en administrar en vez de transformar, apostando todo al crecimiento de la economía, a los grandes números, al grado inversor, a los equilibrios macroeconómicos, sin más objetivos.
Un intelectual muy respetado, el sociólogo Francisco de Oliveira (fundador del PT, y cuando el gobierno de Lula puso en práctica reformas neoliberales fundó el PSOL), sostiene algo que también sin dudas es aplicable a los demás procesos de AL; dice que los gobiernos de Lula y Dilma provocaron una gran despolitización de la sociedad, en gran medida porque la política fue sustituida por la administración y porque “se cooptaron centrales sindicales y movimientos sociales”.
De Oliveira habla de una “hegemonía al revés”, para explicar como los ricos aceptan ser políticamente conducidos por los dominados, con la condición de que no cuestionen la explotación capitalista.
El sociólogo brasileño sostiene que “el lulismo es una regresión política”. De hecho, en las elecciones de 2006, cuando Heloísa Helena fue expulsada del PT por negarse a votar la reforma previsional), obtuvo 6,5 millones de votos como candidata del PSOL, casi el 7%.
Finalmente, todos sabemos como terminó la experiencia del PT, envuelto en un escándalo mayúsculo de corrupción, con Dilma destituida y con cientos de procesos judiciales que abarcan a todo el espectro político del Brasil, Lula incluido”.

NO SOLO LA CORRUPCIÓN

Decía también por esos días:

De todas formas, además del fenómeno de la corrupción, otros elementos deben tenerse en cuenta al evaluar si el progresismo fue una regresión o un paso adelante.
Hay quienes sostienen que los progresismos fueron un avance puesto que redujeron la pobreza llevándola a niveles muy bajos en comparación con la historia reciente de todos nuestros países. Esto fue posible por el crecimiento económico (basado fundamentalmente en el valor de las materias primas) que incorporó mas personas al mercado de trabajo, más la aplicación de políticas sociales.
Pero otros, somos de los que evaluamos los avances o retrocesos en términos políticos, además de los económicos. Así como evaluamos las victorias sindicales no por el monto económico de la conquista, sino por el avance en conciencia de los trabajadores a través de la lucha.
En ese sentido, es claro que no hubo cambios significativos en la igualdad (los ricos siguen siendo tanto o más ricos que antes), no hubo reformas estructurales, y en cambio sí se produjo desindustrialización y reprimarización de las economías. Además de una gran extranjerización y concentración de los medios de producción, especialmente de la tierra.
Y desde el punto de vista político, es en donde más se puede sostener -desde mi punto de vista- que los progresismos han significado un retroceso. La política, desde una mirada de izquierda, debe significar el avance en la capacidad de los sectores populares de organizarse y movilizarse para debilitar el poder económico y político de los poderosos, generando las posibilidades de cambio.
En este punto, la energía popular ha sido desgastada por el progresismo. Las críticas a las grandes movilizaciones de 2013 en Brasil por parte del PT porque supuestamente favorecen a la derecha, son un claro ejemplo, pero ya es parte del paisaje progresista la crítica a las movilizaciones de los trabajadores con ese desgastado argumento.
Claro, el problema ahora es como enfrentar a las derechas que vienen por la revancha, con sociedades desmovilizadas y despolitizadas, con una energía social dilapidada por el progresismo”.
Y las derechas vinieron, y encontraron un pueblo desmovilizado. El PT no fue capaz de organizar ni una sola movilización ante el ascenso de Bolsonaro, salvo para alcahuetear a Lula, su líder preso. Las mujeres le dieron en ese sentido un cachetazo al PT con la movilización ELE NAO. 
 
EL AÑO PASADO

El año pasado continué alimentando a las fieras brasileñas (que cada vez me leían más) y dije cosas como estas:
Los hechos están ahí: el PT está mezclado con el PMDB, el PSDB, el PP y otros de la misma calaña, en un enorme proceso de corrupción.
Esa alianza y otras, más o menos coyunturales, que Lula se vio obligado a tejer para garantizarse una gobernabilidad que le permitiese sacar adelante su Presidencia, fue el peaje que los poderes fácticos le impusieron; y no es retórica. Los votos que Lula consiguió durante años para sus propuestas legislativas se obtuvieron a cambio de dinero. En algo así de ‘simple’ consistió el mensalao, el gran escándalo de corrupción que azotó las presidencias de Lula (2003-2010).
No es útil defender a las personas por lo que dicen sino por lo que hacen. Y lo hecho por Lula y el PT deja mucho que desear. Dicen que “el que se acuesta con niños amanece mojado”. Muchos de los corruptos comprobados que están ahora en el gobierno Temer, fueron también parte de los gobiernos del PT, son sus aliados. La dirección del PT traicionó el sueño de la clase obrera brasileña al resolver gobernar el sistema junto con la burguesía y para la burguesía.
La derecha internacional siempre estará coordinando acciones para echar abajo gobiernos progresistas o de izquierda, así como las izquierdas siempre estarán coordinando acciones para luchar contra los gobiernos de derecha (las izquierdas internacionales también coordinan sus acciones, no otra cosa es el Foro de San Pablo, por ejemplo). Pero las caídas de estos gobiernos no necesariamente son el producto de estas coordinaciones. Muchos caen por su propio peso, porque no cumplen con sus promesas, porque se muestran incapaces de transformar lo que se suponía que iban a transformar, porque se corrompen, etc".

Señores que se creen de izquierda: el arma más poderosa que tienen es la autocrítica, para corregir desvíos y errores; los pecados más siniestros que están cometiendo son la autocomplacencia y la arrogancia. Después no se quejen.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muy de acuerdo con tu análisis.
Gloria Sellera
Anónimo ha dicho que…
Y si... va y viene...

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