PALABRAS PRONUNCIADAS EN LA MEDIA HORA PREVIA DE LA JUNTA DEPARTAMENTAL DE CANELONES EL 4/11/11




Sr. Presidente:
Podríamos decir que estamos contentos. Si es que se puede estar contento en un tema que involucra a compañeros torturados, muertos y desaparecidos. Pero los uruguayos hemos recuperado la dignidad como país. Volvemos a ser todos iguales ante la ley, y eso es motivo de alegría, sin duda. Hemos avanzado, y hemos despejado el camino para avances mayores, lo que no es poco. Por eso queremos decir algunas palabras en homenaje a tanta y tanta gente que ha dado una dura lucha para que esto pudiera suceder.
Cuando se produce el golpe de estado en el año 73, muchos éramos apenas adolescentes, y poco sabíamos acerca de lo que pasaba en el país. Pero igual nos vimos sumergidos en la noche más negra y más triste de nuestra historia. Y tuvimos que andar a tientas, como pudimos, y pasamos los mejores años de nuestras vidas en medio del atropello, del desprecio y del miedo.
Por cierto...otros con apenas unos años más que nosotros, sufrían aún más cruelmente, porque estaban presos, estaban siendo torturados con saña, y algunos terminaban en fosas comunes, como sabemos ahora.
Pero en algún momento comenzamos a entender -tarde o temprano se termina por entender-. Y como entendimos lo que estaba pasando, comenzamos a participar, y a ocupar espacios, y aprovechamos la menor rendija que pudiera abrirse; y creamos sindicatos a pesar de las listas negras, y gremios estudiantiles; y participamos en lo que podíamos, y le dijimos NO a esa criminal dictadura en el 80, y finalmente la derribamos y hubo elecciones en el 84.
Para quienes prácticamente estrenábamos democracia en el año 85, todo era una fiesta. Podíamos reconstruir nuestras vidas no vividas a través de la lectura de los libros que no nos habían permitido leer, escuchando a los cantores populares que no nos habían permitido escuchar, podíamos hablar a cielo abierto de lo que antes ni siquiera podíamos susurrar, y podíamos hacerlo con quien se nos diera la gana. Era la fiesta democrática en todo su esplendor.
Y dábamos por descontado que todo lo demás vendría por añadidura. Por ejemplo, la justicia. Muchos debían explicar los por qué, los como, los cuando, los donde. Teníamos derecho a saber el por qué de tanto odio descargado sobre el pueblo, el por qué tanta muerte inocente. Alguien tenía que explicar como fue que se torturó, quién daba las órdenes, donde se mató y se desapareció, donde estaban esos desaparecidos, y devolverlos al seno de sus familias. Y entiéndase bien: no reclamábamos revancha. Pedíamos justicia. Tan simple pero tan profundo y vital como eso.
Pero no fue lo que sucedió. Hay que decir que los jueces comenzaron a actuar, sí, como corresponde en un Estado de derecho, pero las citaciones fueron a parar a la caja fuerte de los militares. Y entonces comenzó la vuelta atrás, el retroceso, la agachada y la traición a los acuerdos de la CONAPRO. Y se comenzó a gestar lo que luego terminaría siendo la oprobiosa ley de impunidad.
Aquella democracia que recién terminábamos de reconquistar, nos daba un golpe bajo. A menos de un año de recuperada, nos propinaba una ley de impunidad y nos expulsaba a uno de los estandartes de la lucha por los derechos humanos: José Germán Araujo.
Pero como decía María Ester Gatti, “No hay que perder jamás la esperanza y tampoco la decisión de luchar”. Así que no nos dejamos dominar por el bajón, y salimos a juntar las firmas para que hubiera lugar a un referéndum contra esa ley infame. Otra vez había que luchar contra el miedo, contra la desinformación y la mentira, contra quienes decían que pregonábamos el odio y se proclamaban pacificadores y perdonadores. Y tuvimos que recorrer puerta por puerta, y salimos a las ferias y nos metimos entre el pueblo. Y conseguimos las firmas, y hubo referéndum.
Pero el miedo ganó en las urnas, y la desesperanza en las almas. Y ya nada volvió a ser igual, porque la democracia quedó renga. No se puede caminar bien con una espina clavada en el talón. Y la impunidad era una enorme espina incrustada en la naciente democracia.
Y allí, con las organizaciones populares malheridas (que no muertas) por la derrota, comenzó la otra fiesta, la del neoliberalismo.
Pero bueno, aún en las peores condiciones, la lucha continuó, y se dieron otras batallas. Se tuvo que salir a defender las empresas públicas para impedir su privatización, por ejemplo. Pero además, se siguió luchando por la justicia por vías diferentes. Porfiadamente se siguieron presentando casos a los juzgados y una y mil veces los gestores de la impunidad los archivaban.
El artículo cuarto de la ley de impunidad, que se suponía era el instrumento que iba a permitir investigar, fue utilizado por sucesivos gobiernos para impedir cualquier forma de verdad y justicia. Todo lo que podía terminar en aplicación de justicia, en acercamiento a la verdad, era considerado incluido en la ley de impunidad. No importa si era el rapto de una extranjera para robarle a su hijo y luego matarla. Todo lo sucedido en dictadura debía ser olvidado, fuera lo que fuera.
Pero siguieron presentándose causas. Y surgieron las marchas del 20 de mayo; cada vez con más y más pueblo; cada vez con más y más jóvenes; cada vez con más y más conciencia. Y la impunidad comenzó a mostrar fisuras. Y aquellos adolescentes que vimos surgir la dictadura, ahora conquistamos un gobierno progresista casi pisando los cincuenta. Caídos y vueltos a levantar, magullados y maltrechos, con las esperanzas remendadas por todos lados, pero íntegros e inconmovibles en nuestros deseos de justicia, llegamos.
Y hubo enormes avances. A los pocos días de instalado el gobierno del Frente Amplio, se estaba entrando a los cuarteles y excavando en busca de los desaparecidos. Y ahora el artículo 4º permitía investigar. Los casos se comenzaron a excluir de la ley de impunidad, y los jueces comenzaron a actuar, y los culpables comenzaron a ir presos, y algunos restos comenzaron a aparecer.
Pero aún había que terminar de una vez y para siempre con el oprobio de una ley legalmente inconstitucional y nula, pero además moral y éticamente infame. Para que la vida democrática fuera plena, para devolverle la independencia a la Justicia, y para cumplir con nuestras conciencias, porque para quienes nos consideramos de izquierda, la sociedad a la que aspiramos no es aquella que simplemente reparte mejor, sino aquella que no pase por alto los hechos de conciencia y la moral.
Más de una vez dijimos que, aún en el caso de que todos los desparecidos aparecieran, aún en el caso de que todos los responsables de los crímenes fueran presos, aún así, había que desterrar la maldita ley de impunidad de nuestro sistema jurídico. Simplemente por ser un mandato moral y ético.

Y por eso, y ante las vacilaciones del sistema político que no resolvía la cuestión, las organizaciones sociales se pusieron nuevamente la causa al hombro, y salieron a juntar firmas para anular la ley de impunidad. Las firmas se juntaron, hubo plebiscito, y una nueva batalla perdida, aunque un millón de voluntades se expresaron en contra de la ley.
Pero no nos dimos por vencidos. Seguimos buscando los caminos, y se dio una nueva instancia parlamentaria hace unos seis meses, que esta vez fracasó por algunas traiciones que seguramente el pueblo no olvidará.
Tuvo que surgir el fallo de la Corte Interamericana de Justicia en el caso Gelman, para que el sistema político e institucional se decidieran a poner al país a tono con los tratados internacionales que ha suscrito, y a terminar de una vez y para siempre con aquella ley oprobiosa.
El Frente Amplio fue el único partido político que se opuso firmemente y votó en contra de la ley de impunidad en el año 86, y también ha sido el único que acaba de votar por el fin de la impunidad en estos días. No obstante, hay que señalar que el sistema político en su conjunto ha estado omiso durante 25 años en la solución de este tema central en la vida política del país, porque los argumentos de hoy, eran válidos también hace 25 años. Los delitos cometidos por la bestia fascista fueron de lesa humanidad siempre, y lo único nuevo ahora es la sentencia de la Corte en el caso Gelman.
Y un dato que es importante destacar: en todo este período, NI UNA SOLA VEZ, NI UNA SOLA, las Fuerzas Armadas de este país mostraron un mínimo de arrepentimiento. Jamás, ni como colectivo ni en forma individual. Lo que hace mucho más repudiable -si esto fuera posible- su infame accionar y sus crímenes cometidos durante los años más nefastos de nuestra historia.
Era esto lo que queríamos decir.
Se nos ocurre que este asunto de los derechos humanos es algo así como una escuela de la vida, solo que uno nunca se recibe, uno nunca obtiene un diploma, sino que simplemente va aprendiendo, y va rindiendo exámenes para seguir avanzando. Y si es así, esto de la ley de impunidad era una asignatura pendiente. Y vaya que nos costó. Y vaya que dimos de veces el examen y lo perdimos. Repetimos el curso durante 25 años. Pero bueno, acabamos de aprobar esa asignatura pendiente. Y eso nos llena de orgullo. Tenemos la satisfacción del deber cumplido.
No vamos a solicitar, que nuestras palabras sean enviadas a sitio alguno.

Simplemente queremos que lo que acabamos de decir sea nuestro humilde y más sentido homenaje, en primer lugar, a las víctimas. Es por ellos esta lucha. También a sus familiares, que jamás bajaron los brazos. A todos aquellos partidos y sectores políticos que jamás desistieron en su lucha por verdad y justicia, y que no hicieron nunca un cálculo electoral a la hora de defender los derechos humanos. Nuestro homenaje y nuestro respeto a quienes siempre pusieron por encima de todo el derecho de las víctimas y de sus familiares, antes que el derecho de los torturadores y asesinos. A unos cuantos PERIODISTAS con mayúsculas, que nunca dejaron de mantener viva la llama, aunque la verdad y la justicia no fueran noticia que vendiera. A unos cuantos abogados defensores que abrazaron estas causas sabiendo que era una lucha larga, dura y difícil, y a unos cuántos jueces y fiscales que dignificaron sus títulos. Pero por sobre todo, nuestro sincero y emocionado reconocimiento a las organizaciones sociales de nuestro país, al PIT-CNT, a los estudiantes organizados en la FEUU, a los jubilados, a los cooperativistas, a las organizaciones de derechos humanos, a CRYSOL, Familiares de detenidos desaparecidos, etc, a quienes dieron la pelea a través de las redes sociales, aquí y en el exterior, a las decenas de miles -fundamentalmente jóvenes- que cada 20 de mayo marchan y seguirán marchando por la avenida 18 de julio en reclamo de verdad y justicia, y fundamentalmente a los miles y miles de militantes anónimos que no cejaron jamás en la lucha por devolver la dignidad a este bendito país.




Muchas gracias señor presidente.

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