EL DEBATE IDEOLÓGICO FRENTEAMPLISTA


Días pasados, en una entrevista radial, el compañero Danilo Astori dijo que "… nosotros tenemos que asumir que la primera obligación que tenemos los frenteamplistas es la de tener una discusión ideológica, una discusión profunda; qué significa ser de izquierda en el Uruguay de hoy, del siglo XXI; qué significa ser frenteamplista, entendiendo que el FA es la mayor síntesis política que logró la izquierda en la historia del Uruguay". Y creemos que es buena la propuesta de Danilo, en momentos en que –como lo marcó la Mesa Política Nacional- los frenteamplistas abordamos un análisis serio, franco, autocrítico, y con el mayor rigor político posible, de un período cargado de avances y éxitos pero que contiene también errores y retrocesos políticos y electorales. Creemos que la propuesta es buena porque en el fondo, la discusión que hay que dar en el FA debe ser profundamente ideológica.
La izquierda y el enemigo principal
Astori decía en La Diaria del 23 de junio- “…ser de izquierda es crear condiciones de justicia en la sociedad para quienes tienen una posición de mucha inequidad en el acceso a las oportunidades de la vida en materia de salud, educación, vivienda”.
De acuerdo; pero no sólo eso. Definir izquierda y derecha, implica tener en cuenta el papel del capitalismo y del imperialismo. Atilio Borón sostiene que no hacerlo es “…tan absurdo como el intento de un astrónomo que quisiera predecir el curso de los planetas prescindiendo por completo de tomar en cuenta al sol”.
Desde nuestro punto de vista, ser de izquierda y frenteamplista en la actualidad y desde siempre, significa ser antioligarcas y antiimperialistas, tal como se define el FA. En ese sentido, supone dar la lucha contra la mayoría de los dogmas que el sistema capitalista ha introducido en la conciencia de la gente, abordando con pensamiento crítico la batalla de ideas para desenmascarar los aparatos ideológicos de la dominación. En lo que refiere a nuestra realidad, no podemos olvidar que aunque llegado y permaneciendo el FA en el gobierno, subsiste la fuerte incidencia de sectores representantes de los intereses antipopulares.
¿Cuánto ha cambiado el mundo?
Muchos compañeros señalan –y con acierto- que el mundo ha cambiado. Nosotros estamos de acuerdo, lo único permanente es el cambio. Pero otra cosa es sostener –como se ha vuelto prácticamente una muletilla- que como el mundo cambia entonces todo debe cambiar. Ni es cierto que todo deba cambiar, ni tampoco que todo lo nuevo haya que incorporarlo como válido.
El término original de “izquierda” tuvo su origen en la Asamblea Legislativa francesa en 1791, donde los partidarios de la revolución y del cambio se sentaban a la izquierda y los conservadores partidarios de la monarquía, a la derecha de dicho recinto. Luego, la izquierda se asocia con la lucha por el progreso social, en defensa de los excluidos, y el concepto estuvo vinculado con las tres grandes revoluciones del siglo XX: la Revolución Rusa de 1917 y la posterior instauración del llamado socialismo “real” en la Unión Soviética y la Europa del Este, después de la Segunda Guerra Mundial; la Revolución China en 1948 y la Revolución Cubana en 1959, además de todos los movimientos de inspiración marxista-leninista en América Latina, África y Asia en la década de los sesenta y principios de los setenta, que luchaban por la descolonización y la independencia.
Y claro que el mundo ha cambiado, pero la izquierda actual continúa enfrentándose al viejo dilema que tanto preocupó a sus antecesores en los siglos XIX y XX. El sistema de explotación del hombre por el hombre, que Marx y Lenin estudiaron en profundidad -pero que también combatieron como revolucionarios- es el dominante hoy en la mayor parte de nuestro planeta, y es cada vez más despiadado y además está poniendo en peligro inclusive la propia supervivencia de la especie humana. Uno tiende a pensar entonces que el sueño de aquellos revolucionarios de los siglos pasados, de una sociedad verdaderamente humana, sin explotación, en lugar de estar perimidos van adquiriendo cada vez mayor vigencia.
Como Miguel D’Escoto -canciller nicaragüense- lo decía no hace mucho: “... El orden mundial existe basado en la cultura capitalista que equipara el ser más con el tener más, promueve el egoísmo, la codicia, la usura, y la irresponsabilidad social. Estos anti valores de la cultura capitalista han sumido al mundo en un enjambre de crisis convergentes que, de no ser eficazmente atendidas de inmediato, ponen en peligro la continuación de la propia especie humana y la capacidad de sostener la vida en la Tierra.” Y luego agregaba: “En el fondo de todas las diferentes crisis que enfrentamos yace una enorme crisis moral, una gran crisis de valores y principios éticos. Todos hemos traicionado los valores emanados de nuestras respectivas tradiciones religiosas o ético filosóficas. Nos hemos traicionado a nosotros mismos al caer en la tentación capitalista, y al asumir sus valores anti-vida, de odio y egoísmo, nos hemos convertido en los peores depredadores, enemigos de nuestra Madre Tierra, nos hemos deshumanizado...”
El mundo que pronosticaban los liberales de la época de Marx y Engels, un mundo en donde la riqueza generada por el capitalismo iría a ser distribuida más o menos armoniosamente entre todas las naciones y, dentro de cada una de ellas, entre todas las clases sociales; lo que llamaban la “sociedad industrial” y que creían que iba a ser una sociedad de clases medias en donde los sectores trabajadores estarían muy bien remunerados y las desigualdades de clase iban a desaparecer, simplemente nunca apareció, aunque muchos sostengan hoy eso mismo dentro de la propia izquierda. La evidencia empírica señala que la evolución ha sido en el sentido de lo que Marx y Engels planteaban en el Manifiesto, que la dinámica del capitalismo inexorablemente conduce a la polarización económica y social tanto en lo nacional como en lo internacional.
Superar errores es avanzar
Por cierto que habrá que analizar los errores cometidos y lo que hay que incorporar de nuevo, porque existen nuevos y grandes retos que es necesario afrontar. Lo peor sería pensar que todo ha estado bien y que la trayectoria de la izquierda es irreprochable. Si queremos seguir construyendo y desarrollando la izquierda para avanzar, habremos de despojarla de aquellos vicios que en tantos lugares la hicieron colapsar, pero sin abandonar sus valores fundamentales: la justicia social; el privilegiar lo colectivo por sobre lo individual; la equidad, es decir, la igualdad de oportunidades para todos, y la lucha contra todo tipo de explotación y de dominación, que sin duda, son principios irrenunciables. Porque de lo que se trata es de romper con el orden de cosas que hacen posible la acumulación de riqueza de una minoría a costa de la marginalidad, la miseria y la pobreza de la mayoría.
Por último, el pensamiento de esa izquierda en avance hacia el poder popular tiene que estar acompañado de la acción. Una “izquierda” que solo piense y enarbole argumentos y puntos de vista, pero no actúe políticamente, quedaría en la contemplación de los problemas. De nada sirve hacer revoluciones sólo en el papel, en la pantalla de la laptop o en el discurso. El vínculo entre el pensar y el hacer constituye un principio de la existencia de la izquierda como fuerza del cambio.

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