¿Y QUÉ ESPERABAN?

(Publicado esta semana en Semanario VOCES)

El abstencionismo reciente en Chile es una clara señal de las cosas que alguna izquierda vernácula todavía no quiere ver, y que tiene relación con lo que se han denominado por estas tierras “progresismos”, que no son otra cosa que socialdemocracia para países empobrecidos (técnicamente: neodesarrollismos).
Siempre ha existido un abstencionismo natural y lógico; el de aquellos ciudadanos que les importa un rábano la política (no se ocupan de la política, aunque la política se ocupe de ellos) y solo votan porque es obligatorio.
Lo nuevo, es un abstencionismo de otro carácter, el que está fundado en el desencanto hacia aquellos que habían prometido transformar la sociedad (hacer temblar las raíces de los árboles), pero que llegados al gobierno no hicieron otra cosa que continuar con las mismas políticas de siempre, embellecidas con algunos cosméticos denominados políticas sociales. El primer abstencionismo es simple desinterés, el nuevo es una actitud militante.
Las socialdemocracias europeas, mientras tuvieron recursos suficientes para proveer un “estado de bienestar”, contaron con el beneplácito de los electorados. El problema es que sus pares vernáculos, para conseguir los recursos para eso, han recurrido a lo que siempre criticaban: al inversor extranjero, han hecho Tratados de Libre Comercio con el imperialismo (o les han protegido sus inversiones), han traído el extractivismo, la megaminería y cuanta industria contaminante ha sido posible, han extranjerizado y concentrado la propiedad de la tierra, desarrollado cultivos transgénicos al máximo, etc., mostrando al desnudo lo que realmente son: el mismo perro con diferente collar.
Y esto, más que enamorar a su antiguo electorado de izquierda, lo ha hecho alejarse cada vez más, asqueado y dolido, buscando otras opciones de cambio, a través de los movimientos sociales. Difícil que alguien de izquierda se enamore de un proyecto de esa naturaleza, con dirigentes que confraternizan con embajadores yanquis y el top ten de la burguesía criolla. No es extraño que Bachelet haya obtenido apenas el 24% y que al oficialismo uruguayo le vengan ciertos sarpullidos por ello.
El drama de estos progresismos es que en el corto o mediano plazo terminan perdiendo las mayorías parlamentarias, por lo cual ni siquiera pueden aplicar sus modestos planes ya que tienen que negociarlos con la derecha, hundiéndose definitivamente en el descrédito.
¿Es viable un modelo de izquierda? El aplicado por Hugo Chávez en Venezuela es de izquierda; es un modelo que siempre va a más, y que enfrenta al poder y al imperialismo en lugar de confraternizar amigablemente con ellos, y por eso ha entusiasmado a su pueblo. Y el modelo cubano es una muestra clara de que existen otros caminos. Obvio que no son modelos a copiar, pero indican que es posible...siempre que lo que se quiera sea transformar la sociedad.
Menos de la mitad de los chilenos creen en las elecciones; un 24% cree en el progresismo. Como diría Ignacio Copani: “Y qué esperaban?...Que los aplaudan?...Que los alienten con palmaditas sobre la espalda?”

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