EL DECLIVE PROGRESISTA
Lo que ha
venido ocurriendo desde mediados de 2015 hasta ahora ha mostrado la
caída lenta pero sin pausa de los progresismos de la región,
presagiando tal vez el fin de una “era progresista”.
Algunos
analistas apostaban a la continuidad del gobierno Kirchnerista con
una victoria de Scioli en Argentina, un triunfo de los candidatos
del PSUV y del Gran Polo Patriótico en las elecciones legislativas
venezolanas, y a una consolidación del gobierno de Dilma en Brasil.
Nada de
esto sucedió, como es público y notorio, sino todo lo contrario. En
Argentina triunfó la derecha macrista, en Venezuela la oposición
obtuvo la mayoría, y en Brasil el PT perdió el gobierno al ser
destituida Dilma en medio de un gran escándalo de corrupción del
que no se salva nadie.
Durante
gran parte del período de dominio progresista, la derecha permaneció
a la defensiva y no constituyó una oposición de cuidado, quedando
mas bien en manos de los EEUU el acoso mediante el patrocinio de
golpes blandos o duros, según el caso.
Hoy en
cambio es visible una derecha renovada, que recurre al marketing
político, que modera su discurso para esconder las verdaderas
intenciones, presentándose como los gestores de la democracia y
llevando en lo posible a determinados outsiders como mascarones de
proa.
Apela a
nuevos actores de la política, a las capas medias, a la juventud que
no vivió el neoliberalismo y sus tragedias sociales, y se recicla
con candidatos del mundo empresarial y su discurso se presenta como
por fuera del enfrentamiento izquierdas-derechas.
LAS
RESPONSABILIDADES
Ahora bien,
la derecha hace su juego, y está en todo su derecho. Las
responsabilidades por las derrotas electorales o institucionales ya
ocurridas y por venir, son de las élites progresistas.
En Brasil,
es en donde se ha producido el debate más a fondo sobre los años de
gobiernos del PT, encabezados por Lula y por Dilma, y es sin duda el
más importante a analizar por su proyección global y porque
representa -en términos de población y de producción- más de la
mitad de la región.
El PT
surgió como producto de ex guerrrilleros, sindicalistas, comunidades
eclesiales de base, etc, llegó a ser el mayor partido de izquierda
de América Latina e impulsó los foros sociales como el de Sao
Paulo.
El filósofo
Paulo Arantes, referente de esos debates, sostuvo que el país y la
izquierda están exhaustos: “Agotamos por depredación
extractivista el inmenso reservorio de energía política y social
almacenada a lo largo de todo el proceso de salida de la dictadura”.
Y esa
reflexión de Arantes tal vez sea más que válida para muchos de los
procesos de los que hablamos, en donde el mayor pecado es haber
desperdiciado esa enorme energía social y política que llevó
décadas de construcción paciente y permanente.
Como afirma
este filósofo brasileño, la energía agotada es de carácter ético,
un deterioro social jamás visto, y la resume en «el derecho de los
pobres al dinero», lo cual es en su opinión la clave del fin de
este ciclo. La izquierda que siempre había priorizado la dignidad de
los trabajadores como clase, aparece ahora con una gama de
preocupaciones que se centran en administrar en vez de transformar,
apostando todo al crecimiento de la economía, a los grandes números,
al grado inversor, a los equilibrios macroeconómicos, sin más
objetivos.
Un
intelectual muy respetado, el sociólogo Francisco de Oliveira
(fundador del PT, y cuando el gobierno de Lula puso en práctica
reformas neoliberales fundó el PSOL), sostiene algo que también sin
dudas es aplicable a los demás procesos de AL; dice que los
gobiernos de Lula y Dilma provocaron una gran despolitización de la
sociedad, en gran medida porque la política fue sustituida por la
administración y porque “se cooptaron centrales sindicales y
movimientos sociales”.
De Oliveira
habla de una “hegemonía al revés”, para explicar como
los ricos aceptan ser políticamente conducidos por los dominados,
con la condición de que no cuestionen la explotación capitalista.
REGRESIÓN
O AVANCE?
El
sociólogo brasileño sostiene que “el lulismo es una regresión
política”. De hecho, en las elecciones de 2006, cuando Heloísa
Helena fue expulsada del PT por negarse a votar la reforma
previsional), obtuvo 6,5 millones de votos como candidata del PSOL,
casi el 7%.
Finalmente,
todos sabemos como terminó la experiencia del PT, envuelto en un
escándalo mayúsculo de corrupción, con Dilma destituida
y con cientos de procesos judiciales que abarcan a todo el espectro
político del Brasil, Lula incluido.
De todas
formas, además del fenómeno de la corrupción, otros elementos
deben tenerse en cuenta al evaluar si el progresismo fue una
regresión o un paso adelante.
Hay quienes
sostienen que los progresismos fueron un avance puesto que redujeron
la pobreza llevándola a niveles muy bajos en comparación con la
historia reciente de todos nuestros países. Esto fue posible por el
crecimiento económico (basado fundamentalmente en el valor de las
materias primas) que incorporó mas personas al mercado de trabajo,
más la aplicación de políticas sociales.
Pero otros,
somos de los que evaluamos los avances o retrocesos en términos
políticos, además de los económicos. Así como evaluamos las
victorias sindicales no por el monto económico de la conquista, sino
por el avance en conciencia de los trabajadores a través de la
lucha.
En ese
sentido, es claro que no hubo cambios significativos en la igualdad
(los ricos siguen siendo tanto o más ricos que antes), no hubo
reformas estructurales, y en cambio sí se produjo
desindustrialización y reprimarización de las economías. Además
de una gran extranjerización y concentración de los medios de
producción, especialmente de la tierra.
Y desde el
punto de vista político, es en donde más se puede sostener -desde
mi punto de vista- que los progresismos han significado un retroceso.
La política, desde una mirada de izquierda, debe significar el
avance en la capacidad de los sectores populares de organizarse y
movilizarse para debilitar el poder económico y político de los
poderosos, generando las posibilidades de cambio.
En este
punto, la energía popular ha sido desgastada por el progresismo. Las
críticas a las grandes movilizaciones de 2013 en Brasil por parte
del PT porque supuestamente favorecen a la derecha, son un claro
ejemplo, pero ya es parte del paisaje progresista la crítica a las
movilizaciones de los trabajadores con ese desgastado argumento.
Claro, el
problema ahora es como enfrentar a las derechas que vienen por la
revancha, con sociedades desmovilizadas y despolitizadas, con una
energía social dilapidada por el progresismo.
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