Simplemente Fidel
Por: Sergio Rodríguez Gelfenstein
El 25 de noviembre de 1956, el yate
Granma puso proa en dirección a Cuba, desde el puerto de Tuxpan en
México. Llevaba 82 combatientes que bajo la conducción y liderazgo de
Fidel se habían propuesto “salir, llegar, entrar y vencer” a la
oprobiosa dictadura de Batista, apoyada y sostenida por Estados Unidos,
para aplicar el Programa del Moncada, verdadero plan para una
transformación profunda del país. Fidel había dicho que “en el 56
seremos libres o seremos mártires”. El Granma llegó a Cuba el 2 de
diciembre después de una difícil travesía, detectada por las fuerzas
militares de la dictadura.
El 5 de diciembre, los sobrevivientes
del desembarco tuvieron su bautismo de fuego, después de lo cual solo
quedaron 12 guerreros con igual cantidad de armas. Al percatarse de tal
situación y ante la suposición generalizada de que enfrentaban una
situación extremadamente difícil, Fidel con plena seguridad dijo “Ahora
si ganamos la guerra”. Muchos años después, Raúl confesó que en ese
momento pensó que Fidel se había vuelto loco.
Esto nos lleva a preguntarnos, ¿qué
condiciones debe tener una persona que la lleva a desarrollar aparentes
actos de locura, pero que son los verdaderamente transformadores de la
historia? La posibilidad que la vida nos ha dado de conocer a algunos de
esos personajes, Fidel entre ellos, nos señala que se trata de seres
superiores por su capacidad científica de prever el futuro, no a partir
del azar ni de subterfugios mágicos, tampoco de idolatrías divinas, sino
de un profundo conocimiento de la realidad social, de sus fuerzas
profundas y de sus sujetos motrices. La gran diferencia de Fidel es que
puso toda su inteligencia y capacidad al servicio de su pueblo y de los
pueblos del mundo.
Cuando se produjo la sorpresa de Alegría
de Pío, ese 5 de diciembre de 1956, ya Fidel había dirigido importantes
luchas estudiantiles y como abogado había sido defensor de la causa de
sectores humildes de la población que habían sido avasallados y
excluidos por el régimen. Ya había forjado su pensamiento y su práctica
internacionalista, bolivariana y martiana cuando con 21 años se enroló
en la Expedición de Cayo Confites para combatir a la dictadura
dominicana y al año siguiente, en 1948 fue testigo directo del asesinato
de Jorge Eliecer Gaitán en Colombia, hecho que produjo el bogotazo,
situación que lo marcó profundamente el resto de su vida y que significó
una impronta en su mirada de la realidad de nuestra región.
El golpe de Estado de Batista en marzo
de 1952 fue el último clavo del féretro de la falsa democracia liberal
como instrumento para producir un cambio político en Cuba. Fidel previó y
a partir de ese momento se jugó por completo para derrocar la dictadura
por la única vía que se podía: la de las armas. Organizó personalmente
el ataque al Cuartel Moncada y estuvo al frente de la generación de
hombres y mujeres que se propuso “tomar el cielo por asalto” y no dejar
que el centenario del nacimiento del Apóstol pasara inadvertido. Tras su
captura en el Moncada, Fidel exaltó una característica que marcó para
siempre a los verdaderos revolucionarios latinoamericanos: el líder
conduce personalmente a su tropa y asume la responsabilidad por lo que
ocurra, en la victoria y en la derrota. El fracaso militar en el Moncada
devino victoria política. Aún hoy retumba aquellas palabras:
“Condenadme, no importa. La historia me absolverá”.
Vino la prisión fecunda, el exilio
organizador, el desembarco esperanzador, la guerra y la victoria y ese
1° de enero de alegrías imperecederas nuevamente su palabra de futuro
“Ahora viene lo más difícil”. Y nuevamente la suposición de su locura
ante la imagen de un ejército despedazado por los harapientos campesinos
del Ejército Rebelde.
Y así continuó siendo, por años, por
décadas, el Comandante invicto, el que Estados Unidos no pudo vencer, el
que superó 674 intentos de asesinato de todos los presidentes
imperiales, los republicanos y los demócratas, el de la victoria de
Playa Girón, el que se agigantó durante la crisis de Octubre de
1962, el del Ciclón Flora, el que superó el aislamiento de los
gobiernos latinoamericanos con la sola excepción de México, el que
enfrentó hasta hoy al bloqueo norteamericano con el honor y la dignidad
de su pueblo, el de la lucha contra los bandidos organizados desde
el norte imperial, el que derrotó los sabotajes a la economía, incluso
usando armas biológicas y químicas contra Cuba, el de las misiones
internacionalistas que derrotaron a la mayor potencia militar de África
dando una colaboración decisiva al fin del apartheid como forma de
dominación en el mundo, el de transformar a su país pequeño y pobre en
una gran potencia científica, cultural, deportiva y moral en todo el
mundo, el de la solidaridad sin límites a los pueblos de Asia, África y
América Latina y el Caribe, el que transmitió la voluntad de avanzar y
vencer a pesar que el mundo decía lo contrario en los momentos terribles
del período especial, el de las extraordinarias misiones de salud para
enfrentar al ébola en África, a las consecuencias del terremoto en Haití
y los desastres naturales en Chile, Perú, Pakistán, Ecuador y muchos
países más en todo el planeta, el que no se dejó intimidar ni avasallar
durante cinco décadas, por la potencia más poderosa de la historia.
Entonces volvemos a la locura, ¿es que
acaso alguien en su sano juicio es capaz de creer que un pueblo pequeño
de solo 11 millones de ciudadanos, carente de riquezas económicas pueda
ser capaz de todo eso y más, a tan solo 90 millas de la potencia más
destructiva y agresiva de la historia? Cuba pudo, y pudo porque tenía un
jefe que aglutinó lo mejor de su pueblo a partir de la exaltación de
valores, principios y comportamientos que desbordaron su época
transformando en fuerza indestructible lo único que los revolucionarios
tenemos y que cuando lo usamos somos invencibles: la fuerza de la moral,
de una moral superior al poderío militar, político y económico de
cualquier hegemonía global.
Eso fue Fidel y eso será Fidel por los
tiempos de los tiempos: fuerza moral avasalladora para saber que nada es
imposible cuando se confía en el pueblo y cuando se tiene seguridad en
la victoria, y al final, tras la tranquilidad del deber cumplido, te
retiras porque otros te seguirán. Es la continuidad no del hombre, sino
de su obra.
Hoy miles y millones en todo el mundo
sentimos un dolor profundo por la partida de Fidel, hoy lloramos en el
momento de despedirlo, pero parafraseándolo recordamos aquella tarde
octubre de 1976 “Cuando pueblos enérgicos y viriles lloran, la
injusticia tiembla”.
Dijo el apóstol que “No es verdad la
muerte, cuando se ha cumplido la obra de la vida”. Hoy, 25 de octubre,
cuando recordamos 60 años del día en que el Granma zarpara hacia la
libertad, llevando en su vientre a aquellos hombres que iniciaron la
batalla por la segunda independencia de América latina y el Caribe,
Fidel ha zarpado hacia la inmortalidad, pero esta vez, si se llegara a
producir nuevamente una Alegría de Pio, ya no serán 12 combatientes que
seguirán a ese extraordinario loco por los caminos de la historia, hoy
somos 12 millones o 12 veces 12 millones…nadie sabe cuántos te
recordaremos y junto a ti diremos “Comandante en Jefe, Ahora si ganamos
la guerra”
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