EL DISCURSO TEORICO NEOLIBERAL


En notas pasadas, comenzábamos a decir que el discurso teórico neoliberal se basa en la reiteración de que, la solución de los problemas económicos pasa por que “cuadren” las grandes cifras de la macroeconomía. Y por eso una de las expresiones más utilizadas en estos años ha sido que la política adoptada era “la única posible”, pues era la única que podía cumplir con los requisitos de equilibrio previamente establecidos. El apego obstinado a la teoría del “equilibrio macroeconómico”, lejos de constituir un intento de simplificar la realidad para intervenir sobre ella, se convierte en la generación de un auténtico corsé, una restricción artificial (e ideológica) al abanico de alternativas posibles de política económica.
Decíamos también que uno de los tres grandes principios era el privilegio concedido a la política monetaria. Sin embargo, la política monetaria genera dos importantes consecuencias: por un lado, con tipos de interés más altos los propietarios de activos financieros pueden percibir una mayor rentabilidad, lo que provoca una redistribución a favor de los poseedores de capital financiero. Y por otro lado, se encarece la inversión, lo que desestimula el consumo de bienes duraderos por las familias, y lo que a su vez genera la caída del empleo y disminución de los salarios. Ambas cosas (mayor rentabilidad y disminución de los salarios) tienen un elevado costo, pues provocan una deflación importante y una caída brutal en la actividad económica. Quiere decir que aún considerando como cierto que el objetivo haya sido aumentar la actividad y el empleo, lo cierto es que provoca todo lo contrario.
Esto además está relacionado con la definición de la inflación como el principal enemigo del equilibrio macroeconómico, y que trae también efectos perversos, además de otros de carácter distributivo. Porque para estimular la actividad económica deberían reducirse los tipos de interés reales, y una alternativa posible es provocar una situación deflacionaria. Y si esta, como decíamos, trae consigo una caída en la actividad económica (disminución de la inversión, desocupación, reducción de salarios), el gobierno se verá obligado tarde o temprano a estimular la economía para evitar que esta se hunda y, además, tendrá que hacer frente a más gastos sociales. Para ello tendrá que aumentar el gasto público (ya sea en gasto social, en infraestructuras, o en guerras, como suelen hacer los EEUU), o reducir la presión fiscal sobre los capitalistas para que estos inviertan, y sobre el consumo privado, o conceder subsidios a las empresas. En definitiva, provocará déficit públicos que habrá luego que financiar. Si este déficit lo financia el Banco Central se producirá un aumento de la masa monetaria, que es lo que se quería evitar. Si lo financian los bancos comerciales adquiriendo los títulos de la deuda, estarán restando recursos disponibles para el crédito a la actividad productiva. Si se lo financia desde el exterior, los intereses que reciben los inversionistas difícilmente se dediquen a impulsar la actividad en el país. Pero en cualquier caso, para que pueda colocarse la deuda del Estado, será necesario que haya tipos de interés suficientemente atractivos, lo que a su vez repercute negativamente sobre el déficit público. En definitiva, el resultado será que el intento (de la política fiscal) de frenar el estancamiento a que da lugar el objetivo de reducir los tipos de interés reales no garantiza que aumente la demanda efectiva, termina por presionar al alza los tipos de interés para buscar una financiación del déficit y, para colmo, puede generar subida de precios como consecuencia del aumento en la masa monetaria, es decir, inflación (lo que se quería evitar).
Nunca mostrar las cartas
Si el protagonismo concedido a la regulación monetaria origina tantas dificultades (incluso desde el punto de vista de la necesaria estabilidad que desearía la economía capitalista) y si lo que se desea es impulsar la actividad económica, ¿por qué no acudir a otro conjunto de estímulos? La respuesta es sencilla: porque para ello habría que operar desde el lado de la demanda, hacer explícita la intervención pública y la decisión colectiva y poner al descubierto la pretensión real de la política económica conservadora. En primer lugar, se renunciaría a la idea de que en economía las cosas pueden ocurrir solas. Como hemos visto, la política monetaria tiene la ventaja de que opera, podríamos decir, desde la sombra; sin grandes discusiones en los parlamentos, sin que aparentemente nadie tenga que discutir dónde ha de destinarse cada peso que se gasta. Puesto que toda política económica necesita un soporte ideológico que cale en el ciudadano y le proporcione una razón que le lleve a aceptarla, renunciar al monetarismo vigente significaría que hay que abandonar también la filosofía del mercado que le es consustancial, el principio del orden natural que aparentemente el dinero respeta. Como decíamos en nuestros artículos anteriores, los ciudadanos "saben" (porque se les ha hecho creer así) que quienes elaboran los presupuestos públicos son políticos y que quienes deciden sobre política monetaria son técnicos, y como esta es prácticamente un mecanismo de relojería, lo justo y deseable es que la economía no esté en manos de políticos, sino de técnicos asépticos. Por el contrario, operar sobre el lado de la demanda implica que debe haber un pronunciamiento explícito acerca de quién debe gastar y en qué, y sobre quién debe contribuir a sufragar el gasto y en qué proporción. Y aquí empezarían de nuevo los problemas.
Los resultados a la vista
Cuando se analizan los resultados de las políticas neoliberales en los últimos años, la conclusión no puede ser más evidente. El triunfo sobre la inflación muestra, efectivamente, que se han impuesto en la batalla por el reparto. Todos los datos relativos a la evolución de la distribución de la renta en este periodo, muestran bien claramente el deterioro de los salarios y la ventaja recobrada por las retribuciones al capital.
Igual de exitosa ha sido, a escala internacional, la reducción de precios de los productos procedentes del tercer mundo (el que además, ha llegado a convertirse en importador de los productos subsidiados procedentes de los países ricos), lo que ha agudizado el problema del endeudamiento y deteriorado, en muchos casos, quizá de forma definitiva, su menguada capacidad productiva, consiguiendo también que la distribución de las ganancias del comercio internacional se volcara de manera cada vez más clara a favor de las empresas multinacionales y la banca internacional. Significativamente, cuando el crecimiento de los precios es tan extraordinariamente bajo para el común de las mercancías, el precio del dinero, los tipos de interés, es decir la retribución que perciben los poseedores de recursos financieros, son los más altos, en términos reales desde 1.850. Las políticas neoliberales han traído consigo una disminución sin precedentes en la base real de las economías, la única que puede proporcionar la riqueza y el empleo suficiente para satisfacer las necesidades de la mayoría de los ciudadanos.
Todas estas cosas hay que tenerlas en cuenta, porque han sido parte del paquete de reformas del Estado que les han vendido a nuestros países en las últimas décadas. Tema éste que comenzaremos a tratar a partir de la próxima semana.


Domingo, 25 de Marzo de 2007

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