LA REFORMA DEL ESTADO (1ª Parte) - Una primera aproximación
Desde un punto de vista marxista leninista, el Estado no es otra cosa que un aparato coercitivo que permite la explotación de una clase por otra; es el órgano de opresión de una clase por otra. Y no importa la forma en que ese Estado se nos presente (monarquía, república aristocrática, dictadura, república democrática), siempre será un instrumento al servicio de la clase dominante. “…Como el Estado nació de la necesidad de tener a raya los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de estas clases, el Estado lo es, por regla general, de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que con ayuda de él se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo así nuevos medios para la opresión y explotación de la clase oprimida…” (V.I.Lenin, El Estado y la Revolución).
Ahora bien, esto no significa que para nosotros sea indiferente la forma que adquiera ese Estado. Aunque sea de Perogrullo, no es lo mismo para nosotros una democracia que una dictadura, y por algo los comunistas pasamos por la tortura, la cárcel y el exilio y dimos hasta la vida en la lucha por la recuperación de las libertades democráticas. Y por cierto, tampoco lo era para Lenin, que en la obra citada decía: “Nosotros somos partidarios de la república democrática, como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo…”. Y con más claridad aún en una conferencia dictada en la Universidad Svedrdlov en 1919: “La república burguesa, el Parlamento, el sufragio universal, todo ello constituye un inmenso progreso desde el punto de vista del desarrollo mundial de la sociedad. La humanidad avanzó hacia el capitalismo y fue el capitalismo solamente, lo que, gracias a la cultura urbana, permitió a la clase oprimida de los proletarios adquirir conciencia de si misma y crear el movimiento obrero mundial, los millones de obreros organizados en partidos en el mundo entero; los partidos socialistas que dirigen conscientemente la lucha de las masas. Sin parlamentarismo, sin un sistema electoral, habría sido imposible este desarrollo de la clase obrera”. Quiere decir que para nosotros, los comunistas, la cuestión puede sintetizarse de esta manera: cuanta más democracia mejor. Y esto no lleva de la mano a analizar las reformas precedentes, para ver si efectivamente iban en el sentido de una ampliación de la democracia.
Los antecedentes
Ya a partir de la década del 20 comienzan a darse intentos de reformas del Estado, aunque probablemente los que tuvieron más profundidad fueron los de los 60 y 70, que se dieron a impulsos de la Alianza para el Progreso. Y es por ese entonces que comenzaron las Naciones Unidas a realizar diagnósticos y recomendaciones y la prédica de CEPAL poniendo el énfasis en la planificación y en la necesidad de contar con un Estado capaz de implementar los planes de desarrollo. Sin embargo, estos primeros intentos se diferencian sustancialmente de los que se promovieron en la década del 80 impulsados por las políticas de Thatcher y Reagan y que continuaron en la del 90. La diferencia fundamental, es que las primeras reformas se desarrollaron en un clima ideológico completamente diferente, en donde se reservaba al Estado un papel fundamental como articulador de las relaciones sociales, y no se cuestionaba su intervención en este plano. Las recomendaciones de reforma no sugerían por ese entonces la eliminación de empresas públicas o de subsidios, ni privatizaciones, sino por el contrario el fortalecimiento institucional y un mejor control en la asignación de los recursos. Otra diferencia, es que los resultados de las primeras apenas fueron perceptibles, en tanto que los de las dos últimas décadas todavía estamos sufriendo las consecuencias. Cuando se vinieron abajo las ilusiones fomentadas por la propaganda neoliberal, lo que apareció ante los ojos de las multitudes latinoamericanas fue un cuadro apocalíptico. Un continente arrasado por la pobreza, la indigencia y la exclusión social; una sociedad desintegrada ; una economía más dependiente, vulnerable y extranjerizada; una democracia política reducida a la mínima expresión; una corrupción rampante; un medioambiente agredido y en gran parte destruido. El supuesto “efecto derrame” que según la teoría neoliberal descargaría pródigamente sobre los hogares más pobres parte de la riqueza acumulada por los más ricos no se produjo, y en su lugar lo que hubo fue un fenomenal aumento de la concentración de la riqueza.
Al referirse a los procesos de reforma que tuvieron lugar en Brasil, Francisco de Oliveira dice que “en realidad el nombre “reforma del estado” era un título que no guardaba demasiada correspondencia con la realidad. Bajo ese nombre se ocultó una política mucho más vulgar: recorte brutal del presupuesto público, despido masivo de funcionarios del estado, y dramático recorte de los derechos laborales de los sobrevivientes”. A esto se ha reducido –visto en una perspectiva histórica- la tan mentada “racionalización” de la función pública promovida por los gobiernos del G-7, el FMI, el Banco Mundial y el BID, y llevada a cabo con gran entusiasmo por los gobiernos de la región.
Si bien en nuestro país la resistencia popular impidió en esa coyuntura (plebiscito del 92 y otros) que los gobiernos de turno llevaran a cabo esos objetivos, los intentos persistieron, con claras intenciones de desmantelar el Estado. Y no faltaron los enviados especiales (ideólogos y propagandistas) que vinieron a vendernos sus paquetes de reformas con promesas de paraíso incluido. Ejemplo de ello es la visita de la Sra. Ruth Richardson, ministra de Finanzas en Nueva Zelanda entre 1990 y 1993, directora del Banco Central de Nueva Zelanda e integraba los directorios de 10 empresas privadas en su país, en Australia, en Estados Unidos y el Pacífico, y como no podía ser de otra manera, viajaba por todo el mundo como consultora del Banco Mundial, de Naciones Unidas y otros organismos. A pesar de que en ese momento (agosto del 2000) los estragos de las políticas neoliberales eran los descritos más arriba, Richardson nos decía a los uruguayos cosas tan novedosas como las siguientes: “En Uruguay hay monopolios”; “el proteccionismo se ha convertido en una forma de vida”; “Se ve claramente que el Estado es demasiado grande en este país”. Y para todo esto, nuestra buena amiga Ruth tenía una novedosa batería de soluciones, nunca antes experimentadas en lugar alguno: “tenemos que concentrarnos en aquellas políticas que hagan que el sector privado sea más competitivo”. “Para lograrlo, un Estado moderno debe ser reducido y modernizado”. “queremos asegurarnos de que las finanzas públicas sean sólidas y sanas”. Lo primero era una meta de “baja inflación”, y “claramente la política fiscal es una parte crítica de la agenda” (¿recuerda el lector nuestro artículo de la semana pasada?). Respecto de asegurar un mercado laboral que funcione, nuestra ideóloga nos proponía la “flexibilidad” y “la reducción de la carga fiscal”, además de que “los salarios tienen que estar vinculados a la productividad”. “En primer lugar necesitamos asegurarnos de que el Banco Central sea realmente autónomo”. “Si ustedes quieren tener un Banco Central con mucha credibilidad, que pueda realmente combatir la inflación, tiene que ser realmente independiente”, nos decía. Respecto a la responsabilidad fiscal, decía: “Para comenzar, hay que decir no a mayores gastos y no a impuestos más elevados” (esto último Jorge Batlle no lo escuchó). Respecto del Estado, Ruth nos decía que “tenemos que asegurarnos de que el Estado sea del tamaño apropiado. Hay un gran sobreempleo en el sector público” nos señalaba. Y por supuesto rechazaba la inamovilidad de los funcionarios públicos: “Esto es muy distinto a la tradición que ustedes solían tener de inamovilidad, de trabajo de por vida”. Es curioso que esto no se aplica para los Bancos Centrales, en donde lo que se propone es que “una vez nombrados, los miembros del directorio no puedan ser destituidos ni a criterio del gobierno ni del Parlamento” (Comité Latinoamericano de Asuntos Financieros, Declaración Nº4, Octubre de 2001, Montevideo, Uruguay).
En resumen, la propuesta neoliberal era menos Estado y más mercado. Y como bien señala Atilio Borón (Estado, capitalismo y democracia en América Latina): “…el dilema neoliberal no es entre estado y mercado, sino entre democracia y mercado. Y sus representantes no vacilan en sacrificar la primera en aras del segundo”. La semana que viene analizaremos brevemente lo que sucede cuando el Estado se retira y el que manda es el mercado, para luego entrar en el tema de cómo debería ser la reforma del Estado en un gobierno progresista.
Ahora bien, esto no significa que para nosotros sea indiferente la forma que adquiera ese Estado. Aunque sea de Perogrullo, no es lo mismo para nosotros una democracia que una dictadura, y por algo los comunistas pasamos por la tortura, la cárcel y el exilio y dimos hasta la vida en la lucha por la recuperación de las libertades democráticas. Y por cierto, tampoco lo era para Lenin, que en la obra citada decía: “Nosotros somos partidarios de la república democrática, como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo…”. Y con más claridad aún en una conferencia dictada en la Universidad Svedrdlov en 1919: “La república burguesa, el Parlamento, el sufragio universal, todo ello constituye un inmenso progreso desde el punto de vista del desarrollo mundial de la sociedad. La humanidad avanzó hacia el capitalismo y fue el capitalismo solamente, lo que, gracias a la cultura urbana, permitió a la clase oprimida de los proletarios adquirir conciencia de si misma y crear el movimiento obrero mundial, los millones de obreros organizados en partidos en el mundo entero; los partidos socialistas que dirigen conscientemente la lucha de las masas. Sin parlamentarismo, sin un sistema electoral, habría sido imposible este desarrollo de la clase obrera”. Quiere decir que para nosotros, los comunistas, la cuestión puede sintetizarse de esta manera: cuanta más democracia mejor. Y esto no lleva de la mano a analizar las reformas precedentes, para ver si efectivamente iban en el sentido de una ampliación de la democracia.
Los antecedentes
Ya a partir de la década del 20 comienzan a darse intentos de reformas del Estado, aunque probablemente los que tuvieron más profundidad fueron los de los 60 y 70, que se dieron a impulsos de la Alianza para el Progreso. Y es por ese entonces que comenzaron las Naciones Unidas a realizar diagnósticos y recomendaciones y la prédica de CEPAL poniendo el énfasis en la planificación y en la necesidad de contar con un Estado capaz de implementar los planes de desarrollo. Sin embargo, estos primeros intentos se diferencian sustancialmente de los que se promovieron en la década del 80 impulsados por las políticas de Thatcher y Reagan y que continuaron en la del 90. La diferencia fundamental, es que las primeras reformas se desarrollaron en un clima ideológico completamente diferente, en donde se reservaba al Estado un papel fundamental como articulador de las relaciones sociales, y no se cuestionaba su intervención en este plano. Las recomendaciones de reforma no sugerían por ese entonces la eliminación de empresas públicas o de subsidios, ni privatizaciones, sino por el contrario el fortalecimiento institucional y un mejor control en la asignación de los recursos. Otra diferencia, es que los resultados de las primeras apenas fueron perceptibles, en tanto que los de las dos últimas décadas todavía estamos sufriendo las consecuencias. Cuando se vinieron abajo las ilusiones fomentadas por la propaganda neoliberal, lo que apareció ante los ojos de las multitudes latinoamericanas fue un cuadro apocalíptico. Un continente arrasado por la pobreza, la indigencia y la exclusión social; una sociedad desintegrada ; una economía más dependiente, vulnerable y extranjerizada; una democracia política reducida a la mínima expresión; una corrupción rampante; un medioambiente agredido y en gran parte destruido. El supuesto “efecto derrame” que según la teoría neoliberal descargaría pródigamente sobre los hogares más pobres parte de la riqueza acumulada por los más ricos no se produjo, y en su lugar lo que hubo fue un fenomenal aumento de la concentración de la riqueza.
Al referirse a los procesos de reforma que tuvieron lugar en Brasil, Francisco de Oliveira dice que “en realidad el nombre “reforma del estado” era un título que no guardaba demasiada correspondencia con la realidad. Bajo ese nombre se ocultó una política mucho más vulgar: recorte brutal del presupuesto público, despido masivo de funcionarios del estado, y dramático recorte de los derechos laborales de los sobrevivientes”. A esto se ha reducido –visto en una perspectiva histórica- la tan mentada “racionalización” de la función pública promovida por los gobiernos del G-7, el FMI, el Banco Mundial y el BID, y llevada a cabo con gran entusiasmo por los gobiernos de la región.
Si bien en nuestro país la resistencia popular impidió en esa coyuntura (plebiscito del 92 y otros) que los gobiernos de turno llevaran a cabo esos objetivos, los intentos persistieron, con claras intenciones de desmantelar el Estado. Y no faltaron los enviados especiales (ideólogos y propagandistas) que vinieron a vendernos sus paquetes de reformas con promesas de paraíso incluido. Ejemplo de ello es la visita de la Sra. Ruth Richardson, ministra de Finanzas en Nueva Zelanda entre 1990 y 1993, directora del Banco Central de Nueva Zelanda e integraba los directorios de 10 empresas privadas en su país, en Australia, en Estados Unidos y el Pacífico, y como no podía ser de otra manera, viajaba por todo el mundo como consultora del Banco Mundial, de Naciones Unidas y otros organismos. A pesar de que en ese momento (agosto del 2000) los estragos de las políticas neoliberales eran los descritos más arriba, Richardson nos decía a los uruguayos cosas tan novedosas como las siguientes: “En Uruguay hay monopolios”; “el proteccionismo se ha convertido en una forma de vida”; “Se ve claramente que el Estado es demasiado grande en este país”. Y para todo esto, nuestra buena amiga Ruth tenía una novedosa batería de soluciones, nunca antes experimentadas en lugar alguno: “tenemos que concentrarnos en aquellas políticas que hagan que el sector privado sea más competitivo”. “Para lograrlo, un Estado moderno debe ser reducido y modernizado”. “queremos asegurarnos de que las finanzas públicas sean sólidas y sanas”. Lo primero era una meta de “baja inflación”, y “claramente la política fiscal es una parte crítica de la agenda” (¿recuerda el lector nuestro artículo de la semana pasada?). Respecto de asegurar un mercado laboral que funcione, nuestra ideóloga nos proponía la “flexibilidad” y “la reducción de la carga fiscal”, además de que “los salarios tienen que estar vinculados a la productividad”. “En primer lugar necesitamos asegurarnos de que el Banco Central sea realmente autónomo”. “Si ustedes quieren tener un Banco Central con mucha credibilidad, que pueda realmente combatir la inflación, tiene que ser realmente independiente”, nos decía. Respecto a la responsabilidad fiscal, decía: “Para comenzar, hay que decir no a mayores gastos y no a impuestos más elevados” (esto último Jorge Batlle no lo escuchó). Respecto del Estado, Ruth nos decía que “tenemos que asegurarnos de que el Estado sea del tamaño apropiado. Hay un gran sobreempleo en el sector público” nos señalaba. Y por supuesto rechazaba la inamovilidad de los funcionarios públicos: “Esto es muy distinto a la tradición que ustedes solían tener de inamovilidad, de trabajo de por vida”. Es curioso que esto no se aplica para los Bancos Centrales, en donde lo que se propone es que “una vez nombrados, los miembros del directorio no puedan ser destituidos ni a criterio del gobierno ni del Parlamento” (Comité Latinoamericano de Asuntos Financieros, Declaración Nº4, Octubre de 2001, Montevideo, Uruguay).
En resumen, la propuesta neoliberal era menos Estado y más mercado. Y como bien señala Atilio Borón (Estado, capitalismo y democracia en América Latina): “…el dilema neoliberal no es entre estado y mercado, sino entre democracia y mercado. Y sus representantes no vacilan en sacrificar la primera en aras del segundo”. La semana que viene analizaremos brevemente lo que sucede cuando el Estado se retira y el que manda es el mercado, para luego entrar en el tema de cómo debería ser la reforma del Estado en un gobierno progresista.
Lunes, 02 de Abril de 2007
Comentarios