OTRA CUMBRE MUNDIAL SOBRE ALIMENTACION


En noviembre de 1996, se celebraba en Roma la Cumbre Mundial sobre la Alimentación en la sede de la FAO. Brillante como siempre, Fidel Castro dijo en esa Cumbre: “¿Qué curas de mercurocromo vamos a aplicar para que dentro de 20 años haya 400 millones en vez de 800 millones de hambrientos? Estas metas son, por su sola modestia, una vergüenza”. Fidel se quedó corto. Porque la vergüenza será aún mayor. Doce años después el mundo no ha logrado disminuir la cifra de hambrientos, sino que la ha aumentado. Según la FAO, la malnutrición afecta hoy en día a más de 862 millones de seres humanos. Claro que en cuestión de cifras hay para todos los gustos. Hay quienes dicen que si se considera como pobres a quienes viven con menos de un dólar al día (pobreza extrema), los mismos serían alrededor de 1.200 millones. En cambio, si se considera pobres a quienes viven con menos de dos dólares al día (intente sobrevivir alguien con esta cifra diaria en nuestro país), se comprueba que ellos llegan a 2.733 millones (Banco Mundial, 2004). De todas formas, lo que interesa es que, hoy día, la pobreza alcanza en nuestro mundo proporciones desmesuradas y ofensivas, pues la Humanidad dispone de medios para evitarla. Precisamente, el hecho de que el sufrimiento humano por insatisfacción material podría evitarse sin demasiados problemas es uno de los rasgos de nuestra civilización. Otra característica es la que señalaba Fidel en 1996 con crudeza y claridad meridianas: “El hambre, inseparable compañera de los pobres, es hija de la desigual distribución de las riquezas y de las injusticias de este mundo. Los ricos no conocen el hambre”.
CAUSAS PROFUNDAS
En notas anteriores mencionábamos lo que algunos señalan como causas de la crisis alimentaria: aumento del precio del petróleo, el crecimiento de China e India, eventos climáticos, la producción de biocombustibles, escasez, etc. Pero –sin menospreciar estas causas- hay razones más profundas. Porque una de las causas fundamentales está sin duda en los subsidios que los países desarrollados (Unión Europea, Estados Unidos y Japón) mantienen a la producción agrícola que supera los 327 mil millones de dólares anuales, lo que distorsiona gravemente el comercio internacional de productos agropecuarios, convirtiéndose en barreras al comercio justo. Por otro lado, está el tema de la especulación financiera. Con la crisis inmobiliaria que estalló en EEUU por agosto del año pasado, los grandes fondos de inversión especulativa trasladaron sumas millonarias a controlar los productos agrícolas (commodities) en el mercado internacional. Cuando se pinchó la burbuja, los especuladores echaron mano a los mercados de cereales, y actualmente se estima que estos fondos controlan el 60 por ciento del trigo y altísimos porcentajes de otros granos básicos. Y, lo que no es poca cosa y da una idea de la magnitud de la especulación, la mayor parte de la cosecha de soya de los próximos años, ya está comprada como “futuro”. Los alimentos, como se puede apreciar, se han convertido en un objeto más de especulación bursátil cuyo precio cambia en función de tironeos especulativos y no en función de los mercados locales o las necesidades de la gente. Muy por el contrario, deberíamos hablar de la especulación con el hambre. En los últimos nueve meses del año pasado, se multiplicaron por siete los capitales invertidos en los mercados agrícolas de EEUU y por cinco en la Unión Europea. Esta especulación en torno a los alimentos empuja los precios hacia nuevos máximos y los tornan inalcanzables para una masa enorme de población, principalmente de Asia, África y América Latina, desde luego.
Un elemento que también está en el fondo de esta crisis alimentaria, es el de los TLC (Tratados de Libre Comercio), que han forzado a aquellos países que los han suscrito, a liberalizar sus mercados agrícolas y reducir los aranceles a la importación. Al mismo tiempo, las multinacionales han seguido haciendo dumping con sus excedentes en los mercados de estos países, utilizando todas las formas de subsidios directos e indirectos a las exportaciones. De esta forma, Egipto (antiguo granero de trigo del Imperio Romano) se convirtió en el primer importador; Indonesia, una de las cunas del arroz hoy importa arroz transgénico, y México, cuna de la cultura del maíz, importa hoy maíz transgénico de los EEUU. Simultáneamente, EEUU, la Unión Europea, Canadá y Australia son los mayores exportadores. Y por supuesto, a medida que los precios se disparan el hambre crece. Muchos países que producían comida suficiente para su propia alimentación fueron obligados a abrir sus mercados a productos agrícolas subsidiados en el extranjero, y ahora se han convertido en importadores de esos mismos productos. Luego de 14 años de TLC, México pasó de ser un país exportador a ser dependiente de la importación de maíz de Estados Unidos, importando el 30% de su consumo. Ahora que EEUU dedica cantidades crecientes de maíz a la producción de biocombustibles, las cantidades disponibles para el mercado mexicano disminuyeron, provocando el aumento de precios y dejando al país sin ninguna seguridad alimentaria. En El Salvador ocurrió algo similar. Luego del TLC, importa el 81% del maíz, y al contrario de las pregonadas bondades del libre mercado, el precio del maíz tuvo en 2007 un incremento del 77%, el fríjol un 39% y el arroz un 33%.
LAS RECETAS SIGUEN SIENDO LAS MISMAS
Mientras proliferan los disturbios por hambre en el mundo, los dirigentes de la OMC, del FMI, del Banco Mundial o de la ONU recomiendan más y más apertura. El proteccionismo (el nuestro, no el de ellos) se ha convertido en un crimen. Prohibido proteger, salvo que se trate de proteger a los grandes bancos y las empresas financieras para evitar su quiebra ante los juegos especulativos. Y la ayuda se detiene. La generosidad de los países del Norte se manifiesta cuando tienen excedentes. Entre 2005 y 2006 destinaron 8,3 millones de toneladas de granos para ayuda alimentaria. Entre 2006 y 2007 bajó a 7,4 millones, mientras el hambre aumentaba. También ha venido cayendo la ayuda a la agricultura en la medida que los alimentos han pasado a ser un buen negocio especulativo: entre 1980 y 2005 la ayuda a la agricultura cayó de 8.000 millones de dólares a 3.400 millones, una disminución en términos reales de 58%. Ahora Zoellick (presidente del BM), que cuando fue negociador de los EEUU en la OMC hizo todo lo que pudo para romper la soberanía alimentaria de los países favoreciendo los intereses de las trasnacionales de los agronegocios, receta la “ayuda alimentaria”. Claro, esas mismas trasnacionales son las que venden al Programa Mundial de Alimentos los granos que “caritativamente les entregan a los hambrientos”.
Cuando esta edición de EL POPULAR esté en la calle, habrá culminado una nueva Cumbre Mundial de Alimentación, también en Roma, como la de 1996, en la que Fidel terminaba su locución diciendo: “Las campanas que doblan hoy por los que mueren de hambre cada día, doblarán mañana por la humanidad entera si no quiso, no supo o no pudo ser suficientemente sabia para salvarse a sí misma”. El director general de la FAO, Jacques Diouf, en su discurso del martes en la Cumbre solicitó a los líderes mundiales 30.000 millones de dólares anuales para relanzar la agricultura y evitar amenazas futuras de conflictos generados por la falta de alimentos. Está bien. Pero modestamente, aportamos otras ideas: prueben a terminar con los subsidios en los países del norte, terminen con la especulación financiera, olvídense por un rato del sacrosanto mercado y apliquen términos de intercambio solidarios y justos, en otras palabras: tomen dos o tres medidas anticapitalistas, y verán retroceder el hambre. Volviendo a Fidel en 1996, lo decía claramente: “Son el capitalismo, el neoliberalismo, las leyes de un mercado salvaje, la deuda externa, el subdesarrollo, el intercambio desigual, los que matan a tantas personas en el mundo”.


04 de Junio de 2008

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