TRANSFORMACION DEMOCRATICA DEL ESTADO - ¿Con esta política económica?
Como bien lo explicara Tabaré, la Reforma del Estado no es un proyecto único que se presenta de una vez y queda hecha la reforma, sino que se trata de múltiples pasos y reformas sectoriales, que en conjunto transforman al Estado. En ese sentido, digamos que algunas de esas transformaciones estaban en nuestro programa, y las apoyamos e impulsamos fuertemente (como es el caso del Sistema Nacional Integrado de Salud), otras las apoyamos con algunos reparos, ya que hubiéramos querido ir más a fondo (claramente la Reforma Tributaria), y otras las rechazamos decididamente porque para empezar ni siquiera estaban en el Programa, y además van en sentido contrario del mismo (caso concreto de la Reforma del BCU).
En artículos anteriores, y refiriéndonos a la Reforma del Estado, decíamos que para nosotros cuanta más democracia mejor. Nuestra concepción es a favor de una transformación radical del Estado en un sentido democratizador del mismo. Pero entonces tenemos que comenzar por definir que es democracia. Porque si hay algo que debemos tener en cuenta, es que tantos años de dictadura y de neoliberalismo no han sido en vano. En todos estos años se ha producido un proceso de falseamiento del lenguaje. Desde hace algunos años el Banco Mundial defiende que la educación y la salud no deben considerarse como derechos fundamentales de la población, sino como bienes y servicios. Paralelamente a esta posición, se desarrolla una política de privatización de derechos básicos, en la que la palabra “ciudadano” va siendo progresivamente sustituida por la palabra “consumidor”. “Nación” es ahora “mercado”; “ideología” se convirtió en “opinión pública”; e imperialismo en “economía global”. En ese sentido, el sociólogo argentino Atilio Borón hace una observación bien interesante: “todo el mundo habla de la redemocratización en América Latina, de que hoy tenemos gobiernos democráticos, sin que para nada se cuestione esta afirmación. ¿Tenemos democracias, de hecho, en América Latina?”. Y luego se pregunta: “¿quién se benefició del proceso de redemocratización de América Latina? Respuesta: el 10% más rico de la sociedad”. Y a ese respecto pone el ejemplo paradigmático de su propio país: “en Argentina, a comienzos del periodo posterior a la dictadura, la relación entre los más ricos y los más pobres era de 14 a 1. Después de veinte años de consolidación democrática, esa diferencia es hoy de 35 a 1. “Y sin embargo, se sigue hablando de gobiernos democráticos. ¿Qué democracia es esa que sólo acentúa la desigualdad social? Todo ello revela la gravedad de la crisis teórica que vivimos, en la que conceptos fundamentales ya no se discuten”
MENOS POBREZA Y EXCLUSIÓN
Dicho de otra manera. Durante la fiesta neoliberal, en su servil obediencia a los dictados del imperialismo nuestros gobiernos no se conformaron con instaurar una economía de mercado, sino que, yendo aún más lejos, establecieron una “sociedad de mercado”, en la cual los derechos ciudadanos son vistos desde una lógica mercantil. Las políticas neoliberales produjeron un verdadero holocausto social sin precedentes en la historia de América Latina, en el que campearon la exclusión social y la pobreza. Este crecimiento exponencial, tanto en extensión como en profundidad, de la desigualdad social, hacen que la Ciudadanía sea una condición meramente retórica o absolutamente inalcanzable para grandes masas. Y sin embargo, cada vez que nos referimos a esa época, hablamos del retorno a la democracia. Entonces tenemos que partir de la cuestión básica de la democracia. Empezando por no reducirla a “régimen político”, caracterizado como gobierno de la mayoría con el respeto de las minorías, negándole la condición de tipo de sociedad. Como bien señala Borón, “la lucha por la democracia en América Latina, es decir, la conquista de la igualdad, la libertad y la participación ciudadana, es insostenible al margen de una lucha contra el despotismo del capital. Más democracia implica, necesariamente, menos capitalismo”.
Por lo tanto, para nosotros, es válido hacerse la siguiente pregunta: ¿Es posible una transformación del Estado en un sentido democrático en el marco de esta política económica?
LA RECONSTRUCCIÓN POST-NEOLIBERAL
Sin dudas la salida del neoliberalismo pasa por: 1) el fortalecimiento fiscal del Estado, 2) la jerarquización de la administración pública, 3) una profunda reforma administrativa y burocrática, 4) lucha contra la corrupción, 5) redefinición de la estrategia de intervención del Estado en la vida económica y social, 6) transparencia y control ciudadano del proceso de toma de decisiones. Pero nos preocupan los límites de esa transformación. Porque el programa del FA no se limitaba a un compromiso de aumentar el gasto social y luchar por un modelo de país productivo, con redistribución de la renta y sin exclusión social. Incluía, como un aspecto central, el tema que nos ocupa: “la democratización de la sociedad y el Estado”, es decir el aumento de la transparencia y la participación de la ciudadanía en la elaboración de las políticas públicas. Y entonces es válido que nos preguntemos: ¿qué pasará cuando la participación de la ciudadanía en la elaboración de –por ejemplo- políticas de educación, determine que es necesario aumentar la inversión en esa área? ¿Se le dirá a esa ciudadanía participativa y comprometida que eso no es posible porque es incompatible con las metas de inflación definidas por tecnócratas de un BCU independiente no sólo del gobierno sino de la sociedad misma?
Compartimos plenamente lo que manifestara el entonces senador Enrique Rubio: “el Estado debe impulsar la integración social, combatir la fragmentación del entramado de la sociedad, en definitiva actuar como el «escudo de los débiles», de los sectores de mayor vulnerabilidad, de los que más lo necesitan”. Pero entonces, es natural que nos preocupemos, porque no nos parece que se esté actuando como el escudo de los débiles al destinar 1.720 millones de dólares al pago de deuda externa y tan solo 80 al Plan de Equidad. Pero el compañero Rubio (Una Reforma del Estado de Signo Progresista – Prof. E. Rubio con la colaboración de Héctor Díaz) decía además algo que compartimos de punta a punta: “Una reforma del Estado de signo progresista debe tender a la concentración de la acción estatal en la satisfacción de las necesidades básicas de los sectores más vulnerables; en el estímulo al país productivo real; en la defensa de la soberanía nacional y el impulso a la integración regional y mundial; en la transparencia de sus procedimientos, tanto políticos como administrativos, y en la participación directa de la sociedad en las políticas públicas”. Y la mayor parte de lo que Rubio plantea en el párrafo precedente, entendemos que es absolutamente incompatible con la política económica que lleva adelante nuestro gobierno. Porque los sectores más vulnerables han disminuido su participación en el producto; porque los estímulos al país productivo real son inexistentes; porque la defensa de la soberanía nacional y el impulso a la integración regional han sido puestos en cuestión con los Tratados de Protección de Inversiones, los TIFA, etc.No estamos hablando de socialismo. Para eso aún no han madurado todas las condiciones en los países de América Latina. Hablamos de la exigencia histórica de superar esta era neoliberal y dar respiro a los pueblos desangrados por la rapiña neoliberal. Hablamos de políticas económicas a tono con los sueños de la gente, de transformaciones que pongan nuevamente de pie al Estado, la economía y las sociedades de nuestros países. Esto seguramente redundará en un fortalecimiento de las clases populares para avanzar hacia el socialismo, pero eso es parte de otra historia.
En artículos anteriores, y refiriéndonos a la Reforma del Estado, decíamos que para nosotros cuanta más democracia mejor. Nuestra concepción es a favor de una transformación radical del Estado en un sentido democratizador del mismo. Pero entonces tenemos que comenzar por definir que es democracia. Porque si hay algo que debemos tener en cuenta, es que tantos años de dictadura y de neoliberalismo no han sido en vano. En todos estos años se ha producido un proceso de falseamiento del lenguaje. Desde hace algunos años el Banco Mundial defiende que la educación y la salud no deben considerarse como derechos fundamentales de la población, sino como bienes y servicios. Paralelamente a esta posición, se desarrolla una política de privatización de derechos básicos, en la que la palabra “ciudadano” va siendo progresivamente sustituida por la palabra “consumidor”. “Nación” es ahora “mercado”; “ideología” se convirtió en “opinión pública”; e imperialismo en “economía global”. En ese sentido, el sociólogo argentino Atilio Borón hace una observación bien interesante: “todo el mundo habla de la redemocratización en América Latina, de que hoy tenemos gobiernos democráticos, sin que para nada se cuestione esta afirmación. ¿Tenemos democracias, de hecho, en América Latina?”. Y luego se pregunta: “¿quién se benefició del proceso de redemocratización de América Latina? Respuesta: el 10% más rico de la sociedad”. Y a ese respecto pone el ejemplo paradigmático de su propio país: “en Argentina, a comienzos del periodo posterior a la dictadura, la relación entre los más ricos y los más pobres era de 14 a 1. Después de veinte años de consolidación democrática, esa diferencia es hoy de 35 a 1. “Y sin embargo, se sigue hablando de gobiernos democráticos. ¿Qué democracia es esa que sólo acentúa la desigualdad social? Todo ello revela la gravedad de la crisis teórica que vivimos, en la que conceptos fundamentales ya no se discuten”
MENOS POBREZA Y EXCLUSIÓN
Dicho de otra manera. Durante la fiesta neoliberal, en su servil obediencia a los dictados del imperialismo nuestros gobiernos no se conformaron con instaurar una economía de mercado, sino que, yendo aún más lejos, establecieron una “sociedad de mercado”, en la cual los derechos ciudadanos son vistos desde una lógica mercantil. Las políticas neoliberales produjeron un verdadero holocausto social sin precedentes en la historia de América Latina, en el que campearon la exclusión social y la pobreza. Este crecimiento exponencial, tanto en extensión como en profundidad, de la desigualdad social, hacen que la Ciudadanía sea una condición meramente retórica o absolutamente inalcanzable para grandes masas. Y sin embargo, cada vez que nos referimos a esa época, hablamos del retorno a la democracia. Entonces tenemos que partir de la cuestión básica de la democracia. Empezando por no reducirla a “régimen político”, caracterizado como gobierno de la mayoría con el respeto de las minorías, negándole la condición de tipo de sociedad. Como bien señala Borón, “la lucha por la democracia en América Latina, es decir, la conquista de la igualdad, la libertad y la participación ciudadana, es insostenible al margen de una lucha contra el despotismo del capital. Más democracia implica, necesariamente, menos capitalismo”.
Por lo tanto, para nosotros, es válido hacerse la siguiente pregunta: ¿Es posible una transformación del Estado en un sentido democrático en el marco de esta política económica?
LA RECONSTRUCCIÓN POST-NEOLIBERAL
Sin dudas la salida del neoliberalismo pasa por: 1) el fortalecimiento fiscal del Estado, 2) la jerarquización de la administración pública, 3) una profunda reforma administrativa y burocrática, 4) lucha contra la corrupción, 5) redefinición de la estrategia de intervención del Estado en la vida económica y social, 6) transparencia y control ciudadano del proceso de toma de decisiones. Pero nos preocupan los límites de esa transformación. Porque el programa del FA no se limitaba a un compromiso de aumentar el gasto social y luchar por un modelo de país productivo, con redistribución de la renta y sin exclusión social. Incluía, como un aspecto central, el tema que nos ocupa: “la democratización de la sociedad y el Estado”, es decir el aumento de la transparencia y la participación de la ciudadanía en la elaboración de las políticas públicas. Y entonces es válido que nos preguntemos: ¿qué pasará cuando la participación de la ciudadanía en la elaboración de –por ejemplo- políticas de educación, determine que es necesario aumentar la inversión en esa área? ¿Se le dirá a esa ciudadanía participativa y comprometida que eso no es posible porque es incompatible con las metas de inflación definidas por tecnócratas de un BCU independiente no sólo del gobierno sino de la sociedad misma?
Compartimos plenamente lo que manifestara el entonces senador Enrique Rubio: “el Estado debe impulsar la integración social, combatir la fragmentación del entramado de la sociedad, en definitiva actuar como el «escudo de los débiles», de los sectores de mayor vulnerabilidad, de los que más lo necesitan”. Pero entonces, es natural que nos preocupemos, porque no nos parece que se esté actuando como el escudo de los débiles al destinar 1.720 millones de dólares al pago de deuda externa y tan solo 80 al Plan de Equidad. Pero el compañero Rubio (Una Reforma del Estado de Signo Progresista – Prof. E. Rubio con la colaboración de Héctor Díaz) decía además algo que compartimos de punta a punta: “Una reforma del Estado de signo progresista debe tender a la concentración de la acción estatal en la satisfacción de las necesidades básicas de los sectores más vulnerables; en el estímulo al país productivo real; en la defensa de la soberanía nacional y el impulso a la integración regional y mundial; en la transparencia de sus procedimientos, tanto políticos como administrativos, y en la participación directa de la sociedad en las políticas públicas”. Y la mayor parte de lo que Rubio plantea en el párrafo precedente, entendemos que es absolutamente incompatible con la política económica que lleva adelante nuestro gobierno. Porque los sectores más vulnerables han disminuido su participación en el producto; porque los estímulos al país productivo real son inexistentes; porque la defensa de la soberanía nacional y el impulso a la integración regional han sido puestos en cuestión con los Tratados de Protección de Inversiones, los TIFA, etc.No estamos hablando de socialismo. Para eso aún no han madurado todas las condiciones en los países de América Latina. Hablamos de la exigencia histórica de superar esta era neoliberal y dar respiro a los pueblos desangrados por la rapiña neoliberal. Hablamos de políticas económicas a tono con los sueños de la gente, de transformaciones que pongan nuevamente de pie al Estado, la economía y las sociedades de nuestros países. Esto seguramente redundará en un fortalecimiento de las clases populares para avanzar hacia el socialismo, pero eso es parte de otra historia.
22 de Mayo de 2007
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