LA REFORMA DEL ESTADO (2ª parte) - Neoliberalismo y sociedad

La semana pasada, iniciaba el tema de la reforma del Estado con algunas conclusiones básicas: 1) El Estado siempre es un instrumento de explotación de una clase por otra; 2) no somos indiferentes a cual es la forma que adopta el Estado, y lo sintetizábamos diciendo que, para los comunistas, cuanta más democracia mejor; 3) el paradigma neoliberal va en sentido contrario, sacrificando a la democracia en el altar del mercado.
Veamos la experiencia neoliberal, que Ignacio Ramonet define en una forma brevísima de la siguiente manera: “La globalización liberal defiende el mercado y combate el Estado. Es una lucha sin cuartel que enfrenta el sector privado contra el sector público, lo individual contra lo colectivo, el egoísmo contra la solidaridad, el enriquecimiento personal contra el bien común general. La globalización y las instituciones que la promueven (FMI, OMC, Banco Mundial) se esfuerzan en reducir al máximo el Estado, disminuyendo su presupuesto, limitando el numero de sus funcionarios, y suprimiéndole toda actividad económica”. Los resultados en el campo económico de esta experiencia es por todos conocida. En nuestra nota anterior decíamos: El supuesto “efecto derrame”, que según la teoría neoliberal descargaría pródigamente sobre los hogares más pobres parte de la riqueza acumulada por los más ricos no se produjo, y en su lugar lo que hubo fue un fenomenal aumento de la concentración de la riqueza. Un continente arrasado por la pobreza y la indigencia; una economía más dependiente, vulnerable y extranjerizada; un medioambiente agredido y en gran parte destruido. Pero el punto que queremos abordar, es el de las consecuencias en cuanto a la vida democrática de nuestros países. Vida democrática que había logrado consolidarse como expresión de consenso, en los años de la posguerra, en la medida en que los resultados de la misma resultaban en mejores condiciones de vida de las mayorías. Y por cierto que esas instituciones, fueron producto de la conquista efectiva de los sectores populares y resultado de sus intensas luchas; no fue el libre mercado el que mejoró las condiciones de vida de los trabajadores, ni el “Estado de Bienestar” fue una concesión del capital, sino que fueron el resultado de largos años de luchas de los trabajadores. Pero el Estado de Bienestar entra en crisis a nivel mundial, producto del agotamiento de su funcionamiento estructural (incremento de los precios de las materias primas, crisis del petróleo, inflación), en los últimos años de la década del 60.
La nueva estrategia conservadora
El nuevo discurso conservador logró presentar su programa de desmantelamiento del Estado de Bienestar como una defensa de la libertad individual frente al Estado opresor. Se exalta al mercado como la única institución capaz de garantizar la diversidad de gustos, proyectos, lenguajes y estrategias, y la única que evita los excesos intervencionistas del Estado, que sólo tendrá funciones subsidiarias allí donde el mercado se muestre insuficiente. La crítica de las ideologías y de las utopías se vuelca específicamente sobre el igualitarismo y sobre la teoría marxista. El colapso de los países socialistas europeos y de la ex Unión Soviética es presentado como el fracaso de la idea misma de socialismo y de una sociedad basada en la igualdad y la felicidad colectiva. El neoliberalismo levantó la defensa de la libertad individual frente a toda interferencia del Estado, en oposición al componente democrático que se apoya en la igualdad de derechos y la soberanía popular. Para echar atrás las conquistas sociales fue necesario construir una maniobra ideológica y política destinada a minimizar expectativas y desmontar y/o deslegitimar las demandas sociales. La política de difusión llevada adelante por los grandes medios de comunicación transmite el miedo, el temor a la violencia, la pobreza y el desempleo. Este miedo constante y la angustia ante el futuro son las claves para crear una lucha entre los pobres por obtener trabajo. Así como en el Estado de Bienestar el empleo fue el eje de los derechos sociales y la llave que permitía disfrutar de la ciudadanía social, el desempleo estructural del capitalismo globalizado afectó el ejercicio de los derechos ciudadanos. Los grupos excluidos están, en general, imposibilitados de participar de las relaciones económicas, como productores y/o consumidores, pero también de las relaciones políticas y del ejercicio de los derechos ciudadanos. El Estado abandona sus funciones de promoción e integración social, y reorienta su acción contribuyendo a la definición de ganadores y perdedores, a través de (ahí si) una firme intervención en la fijación del tipo de cambio, tasas de interés y política tributaria, bombeando ingresos en beneficio del sector financiero, así como en la eliminación de la legislación y la protección laboral y social de los trabajadores. De esta forma, a partir de la década del 80 la distribución de ingresos se hizo más regresiva y las desigualdades se acrecentaron. La política social dejó de tener una función integradora y asumió un carácter puramente asistencial. Lo social pasa a ser considerado un gasto y el concepto de desarrollo social cedió terreno al de compensaciones; las políticas dejan de ser universales y se transforman en selectivas y focalizadas para enfrentar un aumento creciente de los problemas sociales con recursos cada vez más escasos. Las políticas sociales se limitan a combatir la pobreza y no tienen por objeto ampliar la ciudadanía ni la inclusión social, lo que limita su capacidad para producir legitimación. El Estado actúa ante situaciones que puedan convertirse en focos de tensión política y social, que pongan en cuestión la gobernabilidad del modelo.
La dominación ideológica
El “pensamiento único” se basa en considerar la democracia como un mero procedimiento, una gran pasión por el dinero y un exacerbado individualismo que deriva en la creencia de que las desigualdades sociales son inevitables y hasta se consideran necesarias. Su rasgo central y unificador es la glorificación de la impotencia. En el plano de la ideología el dominio aparece en múltiples formas, muchas de las cuales se basan directamente en la represión. En el caso de América Latina, estos mecanismos tienen su base en las experiencias dictatoriales y la represión sobre las actividades políticas y sindicales, así como en la experiencia económica relacionada con los traumáticos procesos de desempleo, recesión e inflación. Estos mecanismos de sometimiento que suponen dominación ideológica son múltiples y complejos. En muchos sectores operan formas que desplazan el miedo mediante la “ilusión” de quedar adentro del sistema productivo, de ser un individuo apto para el nuevo modelo, con la esperanza de que los excluidos sean otros. En otros, prima el sentimiento de “resignación”, como consecuencia de no visualizar alternativas claras y viables, o de la desvalorización de la propia capacidad para modificar las condiciones de las que se es víctima. Aparece también el sentido de lo “inevitable”, ligado a los sectores más marginados de la sociedad que, por condicionantes económicas, sociales y culturales de larga data, no alcanzan a concebir siquiera la posibilidad de una situación mejor respecto a la que padecen. Los mensajes emitidos por la sociedad de consumo, que proyectan una visión de lo deseable y lo posible, derivan también en el “resentimiento” de los excluidos, con la violencia indiscriminada y autodestructora que conlleva. El modelo económico-social acentúa las diferencias sociales y relega a la resignación o al resentimiento a los que han sido expulsados, aumentando la violencia y el delito. Esto a su vez genera demandas de medidas represivas para combatir ese delito (aumento del autoritarismo), el endurecimiento del sistema penal, represión policial, etc. Las consecuencias políticas son la pérdida de legitimidad de la democracia liberal, en la medida que se defraudan las expectativas, se genera desencanto, apatía y falta de credibilidad en “los políticos” (todos son iguales).
El futuro
Ahora bien, si -en una muy apretada síntesis- esos son los resultados de las reformas neoliberales, lejos de reflejar el único orden social natural o posible, son la expresión de una cierta configuración de las relaciones de poder. Es el resultado de acciones hegemónicas por parte de ciertas fuerzas sociales que han sido capaces de implementar una transformación profunda en las relaciones entre las corporaciones capitalistas y los Estados nacionales. La hegemonía puede ser desafiada. Pero hay que cuidarse de la separación entre economía y política, y de la identificación de la política con la corrupción. Los discursos antipolíticos vacían de sentido a las instituciones sociales y políticas y desalientan la lucha para recuperar el poder regulador del Estado sobre el capital. La descalificación de las utopías contribuye a la desmovilización y la resignación. Es necesario recuperar las luchas democráticas por una sociedad de hombres y mujeres libres, considerados iguales y con los mismos derechos. Lo sucedido en la fiesta neoliberal nos indica lo que no debe ser, pero también nos está marcando, de alguna manera, el camino a seguir, y eso es lo que abordaremos la semana que viene.

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