AQUELLOS QUINCEAÑEROS
(Brevísima historia de la impunidad)
LA NOCHE
Cuando se produce el golpe de estado en el año 73, muchos contábamos apenas con 15 años. Pertenecemos a una generación que, a la hora en que la vida se presenta con todo un abanico de posibilidades, lo que se nos presentó fue la noche más negra de la historia de nuestro país. Y en esa noche tan negra, tuvimos que caminar como pudimos. Porque muchos de nosotros nada sabíamos de lo que había ocurrido antes y por tanto no entendíamos lo que ocurría ahora. Porque además, nuestros mayores (padres, maestros, profesores) que sí sabían, no podían explicárnoslo o porque estaban presos o porque corrían el riesgo de estarlo. Y así pasamos los mejores años de nuestras vidas en medio del atropello, del ninguneo, del desprecio y del miedo. Hasta que comenzaron a aparecer destellos de luz, y por esas rendijas comenzamos a entender. Y como entendimos, comenzamos a participar, y a derribar puertas y a ocupar espacios; y creamos sindicatos y gremios estudiantiles; y entre cánticos de “se va a acabar”, pero también entre palos recibidos y también tortura y también muerte, derribamos la oprobiosa dictadura.
EL DIA
Para aquellos que comenzábamos una vida nueva a partir de los 25 o 26 años, todo era una fiesta. Ahora podríamos conocer la historia real, no la oficial. Podíamos juntar lo nuevo con lo viejo y armar el puzzle. Podíamos reconstruir nuestras vidas no vividas a través de la lectura de los libros que no nos habían permitido leer, escuchando a los cantores populares que no nos habían permitido escuchar, junto a los que habían surgido al calor de las luchas populares. Podíamos hablar a cielo abierto de lo que antes ni siquiera podíamos susurrar, y podíamos hacerlo con quien se nos diera la gana. Teníamos la posibilidad de amalgamar las experiencias de todo el pueblo: del pueblo exiliado, del pueblo preso, del pueblo clandestino, y del pueblo simplemente pueblo, el de nosotros, que también tenía cosas que aportar. Era la fiesta democrática en su esplendor.
EL DESENGAÑO
Pero a todo eso, le faltaba un elemento que todos dábamos por descontado, porque era el elemento natural que debía acompañar todo lo otro: la justicia. Muchos debían explicar los por qué, los como, los cuando, los donde. Teníamos derecho a saber el por qué de tanto odio descargado sobre el pueblo, el por qué tanta muerte inocente. Alguien tenía que explicar como fue que se torturó, quién daba las órdenes, donde se mató y se desapareció, donde estaban esos desaparecidos, y devolverlos al pueblo. Y no reclamábamos revancha. Pedíamos justicia. Tan simple pero tan hondo como eso. Y volvió la amenaza, y la presión y el miedo. Y los jueces comenzaron a actuar, pero las citaciones fueron a parar a la caja fuerte de los militares. Y entonces comenzó la vuelta atrás, el retroceso, la agachada. Y la mayoría de dirigentes blancos y colorados comenzó a gestar lo que luego terminaría siendo la oprobiosa ley de impunidad. Aquella democracia que recién terminábamos de festejar, nos daba un golpe bajo. A menos de un año de recuperada, la democracia nos propinaba una ley de impunidad y nos expulsaba a uno de los estandartes de la lucha por los derechos humanos: José Germán Araujo.
OTRA VEZ LA ESPERANZA
Zitarrosa lo decía: este pueblo es bagual y va a encontrar el destino. No nos dejamos dominar por el bajón, y papeleta en mano salimos a juntar las firmas para que hubiera referéndum. No fue una lucha sencilla. Pero éramos los mismos que acabábamos de derrotar una dictadura sangrienta, y además teníamos de nuestro lado la razón de la verdad y la justicia, así que la esperanza estaba intacta. Otra vez había que luchar contra el miedo, contra la desinformación y la mentira, contra quienes decían que pregonábamos el odio y se proclamaban pacificadores y perdonadores. Y recorrimos puerta por puerta, y salimos a las ferias y a los sindicatos, nos metimos entre el pueblo. Y conseguimos las firmas. Pero los defensores de la impunidad no nos iban a facilitar las cosas, y tuvimos que salir a defender esas firmas. Y no tuvieron más remedio que llamar a referéndum.
LA OTRA FIESTA
Y los votos fueron amarillos y verdes. Pero los amarillos fueron más y perdimos esa batalla. El miedo ganó en las urnas, y la desesperanza en las almas. Y ya nada volvió a ser igual, porque la democracia quedó renga. No se puede caminar bien con una espina clavada en el talón. Y la impunidad era una enorme espina incrustada en la naciente democracia. Con las organizaciones populares malheridas (que no muertas) por la derrota, comenzó la otra fiesta, la del neoliberalismo. Y en su servil obediencia a los dictados imperialistas los sucesivos gobiernos nos propinaron su economía de mercado pero también su “sociedad de mercado”. Perdida la justicia en los caminos de la impunidad, los ciudadanos pasamos a ser vistos desde una lógica mercantil, y se propagaron la exclusión social y la pobreza hasta límites desconocidos. Las consignas pasaron a ser: “hacé la tuya”, y “sálvese quien pueda”. Y también campeó la corrupción. Porque si se puede torturar y matar y desaparecer, y nunca pasar por un juzgado por ello, entonces todo lo demás son paparruchadas. Las dimensiones del retroceso todavía están por verse.
NO ESTA MUERTO QUIEN PELEA
Pero aún en esas condiciones, la lucha continuó. Y el pueblo tuvo que dar otras batallas. Y algunas las perdió; pero en otras triunfó. Defendió las empresas públicas y no se dejó privatizar. Pero además siguió luchando por la justicia por vías diferentes. Porfiadamente se siguieron presentando casos a los juzgados y una y mil veces los personeros de la impunidad los archivaban. El artículo cuarto era el instrumento apropiado en las manos apropiadas. Todo lo que podía terminar en aplicación de justicia era considerado incluido en la ley de impunidad. No importa si era el rapto de una extranjera para robarle a su hijo y luego matarla. Todo lo sucedido en dictadura debía ser olvidado, fuera lo que fuera. Pero el pueblo es porfiado. Porque “hay olvidos que queman y hay memorias que engrandecen”, como también señala Alfredo acertadamente. Y siguieron presentándose causas. Y surgieron las marchas del 20 de mayo; cada vez con más y más pueblo; cada vez con más y más conciencia. Y la impunidad comenzó a mostrar fisuras. La Comisión para la Paz demostró que se podía, que había que seguir luchando.
GOBIERNO PROGRESISTA
Y los quinceañeros que vimos surgir la dictadura, conquistamos un gobierno progresista casi pisando los cincuenta. Caídos y vueltos a levantar, magullados y maltrechos, con las esperanzas remendadas por todos lados, pero íntegros e inconmovibles en nuestros deseos de justicia, llegamos. Y el compañero presidente, el día mismo de su asunción, señalaba que “en materia de derechos humanos el país tiene aún una asignatura pendiente, que me comprometo a saldar de inmediato”, y agregó que “nuestro gobierno cumplirá el mandato establecido en el Artículo 4º de la Ley número 15.848, procurando agotar la investigación sobre lo sucedido con los detenidos desaparecidos e investigando al efecto en los establecimientos militares correspondientes”. Y hubo avances impensables poco tiempo atrás. Pocos días después ya se estaba entrando a los cuarteles y excavando en busca de los desaparecidos. Y ahora el artículo 4º era un instrumento en manos de un gobierno progresista, y lo aplicó debidamente. Y los casos se comenzaron a excluir, y los jueces comenzaron a actuar, y los culpables comenzaron a ir presos, y algunos restos comenzaron a aparecer.
LO QUE FALTA
Ahora nos toca concluir este capítulo. Terminar de una vez y para siempre con el oprobio de una ley legalmente inconstitucional y nula, pero además moral y éticamente infame. Es la hora de arrancarle de raíz esta espina que no le permite caminar debidamente a nuestra democracia. Para que la vida democrática sea plena y para cumplir con nuestras conciencias revolucionarias y de izquierda. Porque como decía el Che, (…) Si el comunismo pasa por alto los hechos de conciencia, podrá ser un método de reparto, pero no es ya una moral revolucionaria”. Por eso es que aquellos quinceañeros que vieron surgir la dictadura, junto a quinceañeros de hoy, y junto al pueblo de todas las edades, hoy juntamos firmas para anular la ley de impunidad.
LA NOCHE
Cuando se produce el golpe de estado en el año 73, muchos contábamos apenas con 15 años. Pertenecemos a una generación que, a la hora en que la vida se presenta con todo un abanico de posibilidades, lo que se nos presentó fue la noche más negra de la historia de nuestro país. Y en esa noche tan negra, tuvimos que caminar como pudimos. Porque muchos de nosotros nada sabíamos de lo que había ocurrido antes y por tanto no entendíamos lo que ocurría ahora. Porque además, nuestros mayores (padres, maestros, profesores) que sí sabían, no podían explicárnoslo o porque estaban presos o porque corrían el riesgo de estarlo. Y así pasamos los mejores años de nuestras vidas en medio del atropello, del ninguneo, del desprecio y del miedo. Hasta que comenzaron a aparecer destellos de luz, y por esas rendijas comenzamos a entender. Y como entendimos, comenzamos a participar, y a derribar puertas y a ocupar espacios; y creamos sindicatos y gremios estudiantiles; y entre cánticos de “se va a acabar”, pero también entre palos recibidos y también tortura y también muerte, derribamos la oprobiosa dictadura.
EL DIA
Para aquellos que comenzábamos una vida nueva a partir de los 25 o 26 años, todo era una fiesta. Ahora podríamos conocer la historia real, no la oficial. Podíamos juntar lo nuevo con lo viejo y armar el puzzle. Podíamos reconstruir nuestras vidas no vividas a través de la lectura de los libros que no nos habían permitido leer, escuchando a los cantores populares que no nos habían permitido escuchar, junto a los que habían surgido al calor de las luchas populares. Podíamos hablar a cielo abierto de lo que antes ni siquiera podíamos susurrar, y podíamos hacerlo con quien se nos diera la gana. Teníamos la posibilidad de amalgamar las experiencias de todo el pueblo: del pueblo exiliado, del pueblo preso, del pueblo clandestino, y del pueblo simplemente pueblo, el de nosotros, que también tenía cosas que aportar. Era la fiesta democrática en su esplendor.
EL DESENGAÑO
Pero a todo eso, le faltaba un elemento que todos dábamos por descontado, porque era el elemento natural que debía acompañar todo lo otro: la justicia. Muchos debían explicar los por qué, los como, los cuando, los donde. Teníamos derecho a saber el por qué de tanto odio descargado sobre el pueblo, el por qué tanta muerte inocente. Alguien tenía que explicar como fue que se torturó, quién daba las órdenes, donde se mató y se desapareció, donde estaban esos desaparecidos, y devolverlos al pueblo. Y no reclamábamos revancha. Pedíamos justicia. Tan simple pero tan hondo como eso. Y volvió la amenaza, y la presión y el miedo. Y los jueces comenzaron a actuar, pero las citaciones fueron a parar a la caja fuerte de los militares. Y entonces comenzó la vuelta atrás, el retroceso, la agachada. Y la mayoría de dirigentes blancos y colorados comenzó a gestar lo que luego terminaría siendo la oprobiosa ley de impunidad. Aquella democracia que recién terminábamos de festejar, nos daba un golpe bajo. A menos de un año de recuperada, la democracia nos propinaba una ley de impunidad y nos expulsaba a uno de los estandartes de la lucha por los derechos humanos: José Germán Araujo.
OTRA VEZ LA ESPERANZA
Zitarrosa lo decía: este pueblo es bagual y va a encontrar el destino. No nos dejamos dominar por el bajón, y papeleta en mano salimos a juntar las firmas para que hubiera referéndum. No fue una lucha sencilla. Pero éramos los mismos que acabábamos de derrotar una dictadura sangrienta, y además teníamos de nuestro lado la razón de la verdad y la justicia, así que la esperanza estaba intacta. Otra vez había que luchar contra el miedo, contra la desinformación y la mentira, contra quienes decían que pregonábamos el odio y se proclamaban pacificadores y perdonadores. Y recorrimos puerta por puerta, y salimos a las ferias y a los sindicatos, nos metimos entre el pueblo. Y conseguimos las firmas. Pero los defensores de la impunidad no nos iban a facilitar las cosas, y tuvimos que salir a defender esas firmas. Y no tuvieron más remedio que llamar a referéndum.
LA OTRA FIESTA
Y los votos fueron amarillos y verdes. Pero los amarillos fueron más y perdimos esa batalla. El miedo ganó en las urnas, y la desesperanza en las almas. Y ya nada volvió a ser igual, porque la democracia quedó renga. No se puede caminar bien con una espina clavada en el talón. Y la impunidad era una enorme espina incrustada en la naciente democracia. Con las organizaciones populares malheridas (que no muertas) por la derrota, comenzó la otra fiesta, la del neoliberalismo. Y en su servil obediencia a los dictados imperialistas los sucesivos gobiernos nos propinaron su economía de mercado pero también su “sociedad de mercado”. Perdida la justicia en los caminos de la impunidad, los ciudadanos pasamos a ser vistos desde una lógica mercantil, y se propagaron la exclusión social y la pobreza hasta límites desconocidos. Las consignas pasaron a ser: “hacé la tuya”, y “sálvese quien pueda”. Y también campeó la corrupción. Porque si se puede torturar y matar y desaparecer, y nunca pasar por un juzgado por ello, entonces todo lo demás son paparruchadas. Las dimensiones del retroceso todavía están por verse.
NO ESTA MUERTO QUIEN PELEA
Pero aún en esas condiciones, la lucha continuó. Y el pueblo tuvo que dar otras batallas. Y algunas las perdió; pero en otras triunfó. Defendió las empresas públicas y no se dejó privatizar. Pero además siguió luchando por la justicia por vías diferentes. Porfiadamente se siguieron presentando casos a los juzgados y una y mil veces los personeros de la impunidad los archivaban. El artículo cuarto era el instrumento apropiado en las manos apropiadas. Todo lo que podía terminar en aplicación de justicia era considerado incluido en la ley de impunidad. No importa si era el rapto de una extranjera para robarle a su hijo y luego matarla. Todo lo sucedido en dictadura debía ser olvidado, fuera lo que fuera. Pero el pueblo es porfiado. Porque “hay olvidos que queman y hay memorias que engrandecen”, como también señala Alfredo acertadamente. Y siguieron presentándose causas. Y surgieron las marchas del 20 de mayo; cada vez con más y más pueblo; cada vez con más y más conciencia. Y la impunidad comenzó a mostrar fisuras. La Comisión para la Paz demostró que se podía, que había que seguir luchando.
GOBIERNO PROGRESISTA
Y los quinceañeros que vimos surgir la dictadura, conquistamos un gobierno progresista casi pisando los cincuenta. Caídos y vueltos a levantar, magullados y maltrechos, con las esperanzas remendadas por todos lados, pero íntegros e inconmovibles en nuestros deseos de justicia, llegamos. Y el compañero presidente, el día mismo de su asunción, señalaba que “en materia de derechos humanos el país tiene aún una asignatura pendiente, que me comprometo a saldar de inmediato”, y agregó que “nuestro gobierno cumplirá el mandato establecido en el Artículo 4º de la Ley número 15.848, procurando agotar la investigación sobre lo sucedido con los detenidos desaparecidos e investigando al efecto en los establecimientos militares correspondientes”. Y hubo avances impensables poco tiempo atrás. Pocos días después ya se estaba entrando a los cuarteles y excavando en busca de los desaparecidos. Y ahora el artículo 4º era un instrumento en manos de un gobierno progresista, y lo aplicó debidamente. Y los casos se comenzaron a excluir, y los jueces comenzaron a actuar, y los culpables comenzaron a ir presos, y algunos restos comenzaron a aparecer.
LO QUE FALTA
Ahora nos toca concluir este capítulo. Terminar de una vez y para siempre con el oprobio de una ley legalmente inconstitucional y nula, pero además moral y éticamente infame. Es la hora de arrancarle de raíz esta espina que no le permite caminar debidamente a nuestra democracia. Para que la vida democrática sea plena y para cumplir con nuestras conciencias revolucionarias y de izquierda. Porque como decía el Che, (…) Si el comunismo pasa por alto los hechos de conciencia, podrá ser un método de reparto, pero no es ya una moral revolucionaria”. Por eso es que aquellos quinceañeros que vieron surgir la dictadura, junto a quinceañeros de hoy, y junto al pueblo de todas las edades, hoy juntamos firmas para anular la ley de impunidad.
25 de Marzo de 2008
Comentarios
Besos de Sol.